PÉREZ BARREDO / DIARIO DE BURGOS

ENTREVISTA

  • Teo Uriarte, condenado en el Proceso de Burgos, fue amnistiado en 1977. «Lo fui en un cambio de régimen. De lo que se habla hoy es de una farsa, de prevaricación política. Estamos al borde del precipicio

Es uno de los pocos supervivientes de la amnistía de 1977. Fundador de ETA, condenado a muerte en el Proceso de Burgos -pena finalmente conmutada-, pasó diez años en prisión antes de recobrar la libertad merced a aquella norma jurídica que permitió que salieran a la calle presos políticos y quienes habían cometido, entre otros, delitos de rebeldía y sedición. Junto al desaparecido Mario Onaindía fundó Euskadiko Eskerra, partido por el que fue diputado y que abandonó en el año 1990 para ingresar en PSE-PSOE. Desde que saliera de la cárcel estuvo amenazado de muerte por la banda a la que perteneció. Es miembro de la Fundación para la Libertad, referente cívico en el País Vasco. Hasta hace unas semanas, la palabra amnistía le provocaba un grato recuerdo: su prodigiosa memoria le permite evocar con nitidez las amplias sonrisas que se dibujaron en su rostro y en el de Onaindía cuando supieron que la ley había sido promulgada, y más grandes si cabe cuando, por fin, pudieron volver a poner un pie en la calle, porque -recuerda- muchos de los suyos (Letamendía, su representante en las Cortes, por ejemplo) no estaban a favor de aquel colectivo perdón.

Desde que se vincula a Carles Puigdemont, prófugo de la justicia española tras asestar un golpe de Estado proclamando unilateralmente la independencia de Cataluña, la palabra amnistía le provoca urticaria. Asegura que no hay comparación posible entre aquella del 77 de la que él se benefició y la que ahora planea en torno al que fue presidente de la Generalitat. Siempre socarrón y lúcido, se permite hasta ser deslenguado al analizar el momento político que está atravesando el país. «Yo fui amnistiado en un cambio de régimen. Y el primer paso para que se produjera la transición de la dictadura a la democracia era que las gentes que habíamos sido juzgadas por el franquismo saliésemos a la calle y empezase el proceso constituyente. Fue un primer paso que costó muchas vidas: hubo muertos en las manifestaciones; fue algo bastante heroico y costoso. El que diga que no hubo ruptura en la Transición miente. Hubo una ruptura pactada por gente del régimen y gente que provenía de la oposición».

Lo que entiende Uriarte que era un paso trascendente «se está convirtiendo en una farsa en estos momentos. En una prevaricación descarada: es como si un candidato necesitara votos y les dijera a los constructores que permite edificar en primera línea de costa. Esto es más grave todavía: es quebrar un sistema político en el que la amnistía forma parte fundamental del cambio en nuestra historia por cuatro votos. Es la prevaricación política más grave que he visto yo en mi vida. Evidentemente, tiene una trascendencia política enorme porque eso significa que tiene que cambiar todo. Ya en el debate de la Constitución se habló de que no habría más amnistías -hubo dos enmiendas que se rechazaron-. Pero al margen de que no lo recoja la Constitución, me parece una indignidad, una inmoralidad política el hecho de que, por cuatro votos, se tome una decisión que puede afectar la estabilidad de un país, su futuro. Porque obligaría a cambiarlo», apostilla.

Uriarte cree que ya han empezado a cambiar las cosas desde esta pasada semana. «La tradición liberal de España es fundamentalmente francesa con sus particularidades históricas; y ahora hemos convertido nuestra Asamblea Nacional en las Cortes de Felipe II, en las de los distintos reinos de España, con sus idiomas particulares cuando muchos de los que quieren hablarlos no lo saben hacer. Castilla tiene la gramática más antigua del mundo occidental, y sin embargo, en la institución nacional por excelencia el idioma nacional se comparte con los idiomas periféricos. Con una diferencia: en muchos de esos lugares periféricos el castellano o está abolido o está perseguido en la educación. A través de estas decisiones estamos entrando, poco a poco, como en Venezuela, en un nuevo sistema. Y, la verdad, me repugna. Porque este tipo de cambios solamente van dirigidos en un solo sentido: al caos e, inmediatamente, a un sistema autocrático».

Da por hecha Uriarte la amnistía. «Se llamará de cualquier forma, Ley para la Convivencia Territorial de España o se utilizará cualquier otro eufemismo para que no aparezca la palabra amnistía, pero estoy convencido de que se ha ofrecido ya. Otra cosa es que, si viene Puigdemont, sea de una manera que no es la de Tarradellas y su ‘Ya soc aquí’. Y eso no lo va a querer. En este encuentro entre un sectario como Pedro Sánchez y un integrista como Puigdemont es muy difícil que haya finalmente un acuerdo. O les va a costar mucho. Puigdemont quiere llegar en loor de multitudes y abrir el proceso a la independencia; y al otro lo único que le interesa son cuatro votos para seguir chapuceando en el sistema con todas las reformas que considere oportunas para ir instrumentalizando el Estado. Eso está ya. Y nos conduce a la inestabilidad. Y es un mal ejemplo de lo que es una democracia europea. . Volveríamos a ser la vergüenza de Europa, que fue lo que dejamos de ser en 1978».

UN ANTES Y UN DESPUÉS.

Para el expolítico, ese paso, esa amnistía, constituiría un antes y un después. «Sería el vértice de ruptura con el sistema del 78. Borraría lo que ha sido la sociedad española los últimos 40 años, con todo su heroísmo. Ya ha empezado la pendiente de profundos cambios mediante las mutaciones legales correspondientes para que no conozca a este país ni la madre que lo parió. Es decir: volveremos a un sistema autoritario».

No cree, en absoluto, que una decisión de tal calado pasaría factura a Sánchez en futuras citas con las urnas. «El PSOE hoy es Sánchez. La tradición política de la izquierda española es fundamentalmente – salvo la excepción de Felipe y Guerra, anarcosindicalista; Sánchez ha conseguido desenterrar el enfrentamiento cainita. La única referencia importante y movilizadora que tiene la izquierda en este momento es el odio a la derecha. Y, bajo esa bandera, va a seguir movilizando, de una manera emotiva e irracional, a una izquierda que se ha quedado sin el discurso de convivencia política, de republicanismo e incluso de democracia. A esta izquierda no le interesa la democracia si la tiene que compartir con la derecha; eso lo repudia, y cuando la derecha le ha hecho un favor, lo ha despreciado más que nunca, como por ejemplo cuando le hicieron lehendakari a Patxi López». Lo único que va a quedar, el legado de Sánchez, apostilla Uriarte, «es ese odio a la derecha y la posibilidad de encuentro. Y eso es romper el futuro de un país y romper la política. Es un líder que se presenta a unas generales después de un fracaso en las municipales y autonómicas y obtiene un porcentaje electoral muy importante. ¿Por qué? Porque es el estandarte del odio, de la guerra, de la miseria revanchista de una sociedad que no quiere aceptar la igualdad entre todos. Ni aceptar al otro, por supuesto. Sánchez se ha encargado de hacer lo que ETA hizo desde los años 60: el odio al otro. Eso es lo que le identifica. ¿De dónde ha salido este personaje?».

No reconoce de ninguna manera al PSOE en el que él militó durante años. «Tiene razón Ignacio Varela: ha habido muchos PSOE. Hubo un PSOE de Iglesias, fundamentalmente sindicalista y con serias dudas en la participación política; hubo un PSOE de vocación liberal, que fue el de Indalecio Prieto y que se acercó a la República; hubo un PSOE bolchevique, el de Largo Caballero; hubo un PSOE de la resistencia, el del exilio; y después un PSOE de Felipe en Suresnes de la mano de Nicolás Redondo padre que fue un PSOE autocrítico con el papel que desempeñó en la República, y ahí es donde surge su virtualidad democrática. La historia del PSOE es bastante excepcional. La verdad es que la cultura de la izquierda en España carece de republicanismo, de liberalismo, por eso le cuesta reconocer al otro. Si no hay encuentro con el otro no existe la nación».

Afirma Uriarte que el PSOE actual está absolutamente controlado. «Y la jerarquía que lo dirige es cada vez más inculta y más movida por la agitación y la propaganda. Siempre funcionando bajo consignas y sin existencia de posibilidad de crítica y mucho menos de autocrítica. Un partido que no tiene crítica ni autocrítica es un partido autoritario. Y este partido es el que ha conseguido cierto éxito electoral en los últimos comicios; pero no los líderes que se movían en las ciudades y la autonomías, sino el partido autoritario, la guardia pretoriana la que ha conseguido levantar el resultado de las municipales y regionales. Y ese partido no tiene solución, va a seguir por la vía bolivariana por la mutación del Estado, intentando convertirlo en un instrumento de poder directo del presidente. En esa tesitura nos vamos a ver, con una disminución de la presencia simbólica del Rey y con un desprestigio de la judicatura como del Tribunal Constitucional. Pedro Sánchez no acepta los contrapoderes. Todos apretados junto al líder y moviéndose a golpe de su mando. ¿Qué es lo que necesita este puñetero país para que la ciudadanía se dé cuenta de que vamos a una deriva autoritaria? ¡Maduro es el gran profeta del caballero que nos dirige ahora!».

PRÓFUGO, NO EXILIADO.

Teo Uriarte ríe cuando reflexiona acerca de Puigdemont y su autodefinida condición de ‘exiliado político’. «No es ningún exiliado político, es un sedicioso y un prófugo de la justicia que vive como Dios probablemente con dinero de la administración pública española. Puigdemont es coherente, es un carlistón coherente. El que no lo es Sánchez: jamás ha creído en la nación que preside. Porque de haber creído en ella aceptaría que el PP forma parte de la nación, e incluso Vox. Pero su enemigo es la derecha, aunque sin ella no exista la nación. Un personaje tan sectario prefiere romper la nación antes de perder la presidencia del Gobierno. Y lo curioso del caso es que es el PSOE el que acaba echando la culpa del golpe de Estado de 2017 a la política del PP. Increíble. Que el PP no lo viera venir porque Rajoy era un cachazas o no quisiera verlo no le culpa del golpe de Estado. Tampoco otros quisieron ver el Plan Ibarretxe y mucho tuvimos que jugarnos el bigote diciendo que iba en serio. Y menos mal que Alfredo Pérez Rubalcaba lo paró».

Entiende como un escándalo que el Gobierno español acepte un proceso de negociación con un prófugo «de la misma manera que Zapatero aceptó un larguísimo proceso de negociación con ETA cuando ésta ya estaba destruida. ¿Para qué? Para ir fundamentando, creando un bloque mayor frente a la derecha. Pero es que eso se rompe, porque el nacionalismo sólo piensa en nacionalismo. Los nacionalismos nunca se sacian, siempre quieren más. Sánchez se va a encontrar con un adversario al que le va a entregar todo, y a continuación ese todo va a ser mucho más. Y la única manera de sostenerse frente a las aberraciones que está posibilitando es siendo autoritario, limitando la posibilidad de crítica y controlando cada vez más a la prensa y mucho más a los poderes del Estado. Estamos al borde del precipicio. Y lo grande de la democracia es descubrir muchas veces que el que tiene la razón es el otro», concluye Uriarte-