Miquel Escudero-El Correo

El magistral Azorín apeló a contar con los hombres que pasan inadvertidos por la vida. Es fundamental asumir la dignidad de cada ser humano, sin excepción. Sin embargo, demasiados los prefieren como figurantes o como meras cosas; les ocasiona molestia atender a la condición personal. No importa fomentar lo mejor de los demás, sino exprimirlos y aprovecharse todo lo posible.

No busquemos culpables, sino los factores que exacerban esta actitud para modificarlos. El hábito de no escuchar lo que te dicen no siempre por un menosprecio explícito, sino porque no se espera nada de interés y nunca se está dispuesto a ‘perder’ el tiempo. Por supuesto, tampoco se mira a los ojos, sino que se ve borroso. Escuchar y mirar marcan la perspectiva amorosa, la única que busca aumentar la realidad del escuchado y mirado. Cuando esta disposición de respeto y atención está ausente no hay progreso posible para el género humano. Ciertamente, todo admite grados y no se trata de ‘hacerse el bueno’ secundando a los pelmazos que nunca desconectan de su estulticia. En estos casos, hay un margen para guardar las formas. Es adecuado mantener la boca cerrada en muchas ocasiones. O también, como decimos en catalán, ‘tocar el dos’, que viene a significar ‘dar media vuelta’ y largarse.

En el siglo XI, el cordobés Ibn Hazm escribió que «el atender el hombre a sus propios asuntos y el preocuparse por corregirse a sí mismo es mejor que seguir pendiente de los tropiezos de los demás». De esto se trata, y pienso entonces en mis estudiantes. Escucharlos, mirarlos y captar en clase sus confusiones. Facilitarles su superación, sin avergonzarlos. Queda poner empeño.