El pasado jueves volvió a producirse un fenómeno que se da cada 12 de octubre con motivo del desfile de la fiesta nacional. El público reparte sus expresiones entre los aplausos a los Reyes, que ayer se dedicaron también a la Princesa Leonor y los abucheos al presidente en funciones. Los estrategas de Moncloa diseñan cada vez una nueva astucia para evitarlo, pero en vano. El año pasado, Pedro Sánchez llegó más tarde que el Jefe del Estado. Este año se alejó al público, todo inútil. Los pitos, los gritos de ‘fuera, fuera’, y el lema señero del antisanchismo, “¡Que te vote Txapote!” se pudieron oír con toda nitidez en la tribuna y fueron transmitidos por todos los medios de comunicación.
Twitter ha evacuado protestas de gente disconforme con el grito. No había razón, como explicaba Andrés Trapiello: “Si Sánchez le pide el voto a Txapote, ¿qué de malo tiene que se lo recuerden?” En el mismo momento del abucheo, el candidato no tiene más votos comprometidos para su investidura que los del grupo de Mertxe Aizpurua, los amigos de Txapote, anunciado por su líder máximo, Arnaldo Otegi, en fecha tan temprana como el 25 de julio.
El eslogan no es una falta de respeto a las víctimas como sostienen sus detractores, sino a un dirigente amoral que no tiene empacho en blanquear a los cómplices de los terroristas y hacerse apoyar por los asesinos de esas víctimas. Pobre Consuelo Ordóñez que rechaza con más acritud al partido que más víctimas ha puesto, una de ellas su propio hermano, que al líder que negocia con el victimario para granjearse su apoyo y su voto.
Pedro Sánchez se reunió ayer mismo con Mertxe Aizpurua, aunque no creo que ella le transmitiese el arrepentimiento de su marido, Andoni Murga, un terrorista condenado a 25 años por atentar contra varias empresas para exigirles el impuesto revolucionario. No se ha arrepentido nunca. Le molesta que le griten ‘que te vote Txapote’, pero ayer mismo se estaba trabajando el voto de Mertxe. Y lo consiguió, después de fotografiarse con ella, algo que ningún presidente había hecho antes.
Pedro Sánchez había venido blanqueando sin prisas y sin pausas a los terroristas de ETA. Todo su partido ha colaborado en ello, sin obtener un mínimo respeto de esta chusma. Allá a principios de siglo, mientras Eguiguren y Otegi negociaban en el caserío Txillarre el plan de paz de Zapatero y la traición al pacto antiterrorista que el PSOE había firmado con el PP, en las actas de HB se llamaba a los socialistas ‘los gorrinos’.
La víspera de San Fermín de 2006 se produjo un episodio notable de blanqueo. Cuatro meses después del alto el fuego de ETA Patxi López y Rodolfo Ares se reunieron en el hotel Amara Plaza de San Sebastián con Arnaldo Otegi, Rufi Etxeberria y Olatz Dañobeitia. Fuera un grupo de personas protestaba por la reunión. Destacaba la presencia de Pilar Ruiz, la madre de los Pagaza y Mapi de las Heras, la viuda de Fernando Múgica Herzog, que acusaron al secretario general de los socialistas vascos de haber traicionado a las víctimas.
En la Nochebuena de 2018 el Diario Vasco abrió con una foto espectacular en un txoko, en el que posaban la secretaria general de los socialistas vascos, Idoia Mendia, con Arnaldo Otegi, Andoni Ortuzar y un mindundi de Podemos de menor cuantía. Aquello fue suficiente para que José Mª Múgina de las Heras, el hijo mayor del ‘Poto’, escribiera aquel mismo día una carta al secretario de Organización del PSE para decirle: “no en mi nombre” y devolver el carné del partido. Su hermano Rubén ya se había salido varios años antes.
Hubo más episodios de vergüenza, claro. En agosto de 2019, la socialista navarra María Chivite se investía como presidenta de la Comunidad foral con el apoyo de EH Bildu.
Y ayer mismo, con los gritos de que te vote Txapote todavía en los oídos, Pedro Sánchez muestra su descaro con una foto que ningún otro presidente se había hecho con anterioridad. Lo que persigue es precisamente que le voten los representantes que Javier García Gaztelu tiene en el Congreso de los Diputados.
En diciembre de 2019 ya se había roto el hielo en el Congreso con una reunión entre Oskar Matute, Mertxe Aizpurua y Elejabarrieta con Rafael Simancas y Adriana Lastra, foto que cuatro años más tarde fue ratificada por la presencia del propio Pedro Sánchez.
¿Por qué no da un paso más y recibe en La Moncloa al jefe de toda esa purria? Después de todo es su socio preferente y debería hacer a nivel oficial normal lo que a nivel de calle es simplemente normal, por decirlo con una de esas frases que Ónega le escribía a Adolfo Suárez. ¿Y todo esto por qué? No se descarta la posibilidad de que Pedro Sánchez vea en globo su investidura y la foto de ayer sea un llamamiento a las derechas para que voten a Vox en detrimento del PP por si se repiten elecciones, que los golpistas catalanes no parecen tan entregados como los terroristas vascos.
Ya se ha hecho la foto con una delincuente. Todo es cosa de ir a más. Arnaldo Otegi Mondragón es un facineroso con tantos recovecos como falta de escrúpulos. Secuestrador consumado, participó al menos en cuatro: el de Luis Abaitua, a quien mantuvo diez días en una cueva obligándole a jugar a la ruleta rusa; el de Javier Artiach; el de Gabriel Cisneros, que resultó herido y el de Javier Rúperez, del que fue absuelto por un tribunal al no poder identificarlo. Mal podría hacerlo, cuando permaneció durante todo su secuestro con los ojos vendados. Tampoco pudo, por la misma razón, reconocer la casa de El Hoyo de Pinares en la que lo tuvieron recluido.
Pero él sabía quienes eran sus secuestradores porque una del comando, Françoise Marhuenda, lo había contado a la Policía en 1980, precisando incluso, las armas que llevaba cada terrorista. A Otegi y a ella les tocaron sendas Browning FN 9 mm. Parabellum.
Javier Rupérez recordaba el 12 de noviembre de 2019: “Tal día como ayer, 11 de noviembre, hace cuarenta años, un comando terrorista de ETA dirigido por Arnaldo Otegui me secuestró al salir de mi casa, en Madrid”.
¿Qué hemos hecho para que el presidente del Gobierno prefiera hacer sociedad con Arnaldo Otegi que con su víctima, Javier Rúperez? Qué vergüenza.