EDITORIAL-EL ESPAÑOL

Es evidente que António Guterres, secretario general de la ONU, no calibró bien sus palabras cuando afirmó que los «horribles» ataques de Hamás del pasado 7 de octubre «no surgieron de la nada». Y sólo hace falta pensar en esa misma frase aplicada a otros atentados terroristas de gran simbolismo («las bombas de Atocha no surgieron de la nada», «los atentados contra las Torres Gemelas no surgieron de la nada» o «el ataque contra Salman Rushdie no surgió de la nada») para comprenderlo.

Pero también es evidente que una elemental cortesía dialéctica obliga a interpretar de buena fe a nuestros interlocutores y atendiendo a la mejor interpretación posible de sus palabras, no a la peor. Y desde ese punto de vista, parece obvio que las palabras de Guterres no pretendían justificar el terrorismo, como sí ha hecho por ejemplo el islamista Erdogan cuando ha negado que Hamás sea un grupo terrorista.

Las palabras de Guterres, que achacó la masacre a «56 años de asfixiante ocupación», son desde luego muy discutibles y este diario no puede defenderlas como tesis política. El conflicto palestino-israelí es bastante más complejo que la burda simplificación que proponen las tesis colonialistas y, desde luego, Hamás no es un grupo terrorista «de liberación», como pretenden sus blanqueadores, sino un grupo criminal que busca el exterminio de todos los judíos y la imposición de un califato de barbarie en la región.

Pero de ahí a interpretar que Guterres ha justificado o amparado el terrorismo hay un trecho que Israel ha cruzado de forma arrebatada cuando ha negado visados a todos los miembros de la ONU, incluido por supuesto el propio secretario general de la ONU.

Los atentados del 7 de octubre han provocado un trauma nacional en Israel del mismo calado que el provocado en los EE. UU. por los atentados contra las Torres Gemelas. En atención a la población de uno y otro país, de hecho, los atentados de Hamás equivaldrían en términos relativos al asesinato, la violación y la tortura de 50.000 ciudadanos estadounidenses y al secuestro de 8.000 más en sólo 24 horas.

Es en cierta manera comprensible, por tanto, que el gobierno de Israel, que está viendo como una parte de la izquierda occidental se manifiesta junto a los partidarios de Hamás y corea lemas que llaman al exterminio de los judíos «desde el Jordán hasta el mar Mediterráneo», se sienta acorralado al verse convertido en el agresor tras haber sido víctima de la mayor masacre de judíos desde el Holocausto.

Pero Israel debe actuar, por difícil que eso sea, y por fácil que sea pedirlo para alguien que no ha sufrido la masacre en piel propia, con cabeza fría y sabiendo distinguir los críticos de los rivales, los rivales de los enemigos, y los enemigos de los terroristas y sus blanqueadores. Quizá Guterres no es el amigo que Israel podría desear al frente de la ONU. Pero, desde luego, no es el blanqueador que desearían los terroristas. Y hoy, a Israel, le conviene ganar amigos, no hacer crecer el ya excesivamente poblado bando de los antisemitas sumándole a los críticos como Guterres.