Bernard-Henri Lévy-El Español
 

Alas decenas de miles de «indignados» que el pasado domingo 20 de octubre se congregaron en varias ciudades francesas y europeas para mostrar su apoyo a la «causa palestina», hay una pregunta que no tenemos que parar de hacerles.

¿Dónde estaban cuando era Hamás, y no Israel, quien detenía, torturaba y masacraba a todos esos palestinos que sólo eran culpables de desear la paz y soñar con la libertad?

¿Por qué no se manifestaron con el mismo fervor, si es que acaso lo hicieron, durante el largo calvario que sufrieron los 380.000 civiles que murieron en la guerra de Yemen?

¿Y qué decir de los sirios bombardeados, emparedados vivos en sus ciudades y gaseados por el ejército en Damasco? ¿Por qué los sindicatos y la izquierda «social y política» no se movilizaron igual en esos casos?

¿Por qué Jean-Luc Mélenchon, el adalid de la compasión por los 4.000 muertos palestinos de ahora, no dijo absolutamente nada sobre los 400.000 muertos en la guerra de ayer en Siria?

Bueno, sí, algo sí que dijo, y no poco en realidad: borró a esos 400.000 cadáveres repitiendo, una y otra vez, que eran víctimas de una oscura disputa sobre «gasoductos y pozos petrolíferos».

¿Qué hay de las víctimas de Omar al Bashir en Sudán? ¿Qué hay de sus opositores, que llevan seis meses enzarzados en una «guerra de generales» y que, que yo sepa, ya no han podido pisar la calle?

¿Qué hay de las mujeres afganas que se han visto obligadas a volverse a encarcelar con el burka después de que los talibanes recuperaran el control de Kabul hace dos años? ¿Por qué la suerte de estas mujeres, igual que la de las iraníes asesinadas por llevar el velo mal puesto, no ha interesado a los manifestantes que de repente hacen llamamientos a la república y la ley?

¿Y qué hay de los uigures, también musulmanes, que sufren el genocidio a manos de China?

Y, para los más veteranos de entre estos autoproclamados defensores de los derechos humanos, ¿qué pasó con las víctimas de Gadafi en Libia? ¿Con las de la dictadura en Egipto? ¿Con las de las guerras de Putin en Chechenia? O incluso antes, mucho antes, en la época del asedio de Sarajevo, ¿qué pasó con los 100.000 musulmanes de Bosnia que masacraron los soldados serbios?

¿Por qué éramos tan pocos en las calles cuando había que defender a esos musulmanes?

Y ya ni siquiera hablo de las víctimas de los bombardeos en Mariúpol o de la gente que ha vivido masacres en Bajmut. La organización Stand With Ukraine organiza todos los sábados asambleas de solidaridad en la mismísima Place de la République de París. Ahí no te cruzas con casi ni un representante de la Francia Insumisa, del Nuevo Partido Anticapitalista, de la Unión Sindical Solidarios, de la Federación Sindical Unitaria, del Movimiento Antirracista y por la Hermandad de las Naciones (el MRAP en Francia) e incluso de la CGT.

Pero ahora sí que están todos metidos en este nuevo «colectivo nacional» de apoyo a Palestina.

La verdad es que a esta gente los muertos les dan igual.

En Europa hay rebeldes coherentes que siempre se han puesto del lado de pueblos como el ucraniano, el uigur y el bosnio. De las naciones arabomusulmanas a las que, al mismo tiempo y en nombre del relativismo cultural, algunos condenaban a primaveras imposibles y a la servidumbre eterna.

Se han puesto al lado de las víctimas de las guerras olvidadas del mundo, víctimas innumerables y anónimas. Más recientemente, del lado de los armenios del Alto Karabaj, abandonados por todos.

Pero, también, al mismo tiempo, han apoyado la solución de los dos Estados. Luego, los Acuerdos de Oslo. Más tarde, el Plan de Ginebra del que fuimos, con Bernard Kouchner y Patrick Klugman, los padrinos franceses.

En resumen, han estado con el pueblo palestino, con sus legítimas reivindicaciones y, hoy, sus hijos, atrapados entre dos fuegos.

Y luego hay gente que elige a sus víctimas. Aplican un doble rasero y, aunque deberían derramar las mismas lágrimas por cada niño asesinado, sólo se conmueven ante una muerte que les permite gritar «Israel asesino», o «sionismo es nazismo» y, al final, «Israel, fuera» o «del mar al Jordán», es decir, «muerte a los judíos».

Añádase a esto el hecho de que estos indignados no salieron a la calle cuando 1.300 mujeres, hombres y niños de los kibutz de Israel fueron destripados, decapitados, quemados vivos y sufrieron un pogromo.

Las mismas personas a las que hemos visto gritar «todos somos palestinos» dos semanas antes, como los rebeldes de 1968, podrían haber exclamado: «Todos somos judíos». Lo que ocurre es que no lo hicieron. A la mayoría ni se les pasó por la cabeza.

Hay que añadir también que esos manifestantes toleraron en sus desfiles las banderas de una organización, Hamás, que habla como el Dáesh, piensa como el Dáesh y rueda sus crímenes como el Dáesh.

Añádase también que uno de los motivos de su manifestación, uno de los motivos que, en todo caso, aparecía en sus panfletos y en sus redes sociales, era la destrucción de un hospital en Gaza, cuando se ha demostrado que el proyectil que lo alcanzó no era israelí sino palestino.

Añádase, por tanto, que estos indignados han sido manipulados y que sus manipuladores son maestros de la desinformación que no tienen más objetivo que incendiar almas, sembrar el caos y matar judíos.

Antes se decía que el antisemitismo era el socialismo de los imbéciles.

Hoy lo es el hamasismo, que reproduce la misma imbecilidad criminal (y significa que estas concentraciones, aunque no hayan provocado ningún «altercado importante», como dice discretamente la prensa), son una ofensa al espíritu republicano.