Francisco Rosell-Vozpópuli 

Una vez que Sáncheztein lo ha vuelto a hacer, al confirmar que está dispuesto a conceder la amnistía que dijo no otorgaría a los delincuentes a los que supedita su investidura, quizá quepa revivir una escena de la saga cinematográfica de Indiana Jones. Aquella en la que el personaje de Sean Connery se encara con el anticuario que lo traiciona con los nazis para adueñarse del Santo Grial, y le endilga: “Te juzgué mal, Walter. Sabía que venderías a tu madre por un vaso etrusco. Pero no que venderías tu país y tu alma a la escoria de la humanidad”.

A este propósito, Pedro Sánchez va más lejos que aquel canalla. Malvende a su país y presume encima de que lo hace por el bien de una España a la que compromete como nación. Este felón invoca en vano el nombre de España para borrar el delito de los golpistas de 2017 y condenar, por ende, a quienes, del Rey abajo, preservaron el orden constitucional y la integridad territorial transgredidos aquel agónico octubre. ¿Cabe mayor apostasía que la de quien prometió guardar y hacer guardar la Constitución sobre un ejemplar de la misma en La Zarzuela ante Felipe VI?

De igual manera que cada forma de Gobierno engendra una degeneración y la democracia decae en demagogia, el estatismo -el dominio del Estado sobre la sociedad- declina en populismo, que no es un signo de modernidad que avanza, sino de pasado al que se retrocede. De esta guisa, España desmonta su democracia parlamentaria en favor de otra aclamativa por la aspiración caudillista de un Sáncheztein que, con Cándido Conde-Pumpido como gran mesonero del Tribunal Constitucional, suplanta el “normativismo” constitucional por un “decisionismo” constitucional que cifra la incompatibilidad entre la democracia y el totalitarismo. Obrase así un golpe de Estado por la puerta falsa en consonancia con el orificio que Sánchez horadó para ser presidente con menor número de votos propios que ningún otro.

Al modo que se demuelen las democracias desde dentro, España asiste a un golpe de Estado ante sus ojos y la mayoría de sus ciudadanos se muestra inmovilizada y pasiva como la noche del “tejerazo” del 23-F de 1981 frenado por Juan Carlos I. Con la amnistía y su “entente cordiale” con los sublevados catalanes y con los bilduetarras, Sánchez y los suyos pasan a encabezar el golpe contra la legalidad constitucional después de la tentativa fallida de sus hoy socios. Nuestro “Godoy” Sánchez, restaurado “príncipe de la Paz”, emula a aquel favorito de sí mismo. No verlo es no querer hacerlo inmersos en esta contagiosa epidemia de ceguera voluntaria. ¿Cabe mejor regalo -valga la ironía- de un presidente en funciones a la Princesa Leonor en el solemne acto de jura de la Ley de Leyes con motivo de su mayoría de edad?

Antes de su moción de censura con neocomunistas y soberanistas, no tuvo rubor en calificar de “delito de rebelión” el golpe de Estado de 2017 e indicar que rendiría a la Justicia el prófugo Puigdemont

El anuncio lo hizo el sábado ante un lanar comité federal inclinado a refrendar cualquier fechoría por vivir del presupuesto. Olvidaron su conciencia a la entrada de la sede y mudaron de opinión al franquear la puerta. Ante tal incontinencia de iniquidades de Sánchez desde la moción de censura contra Rajoy que le posibilitó acceder en 2018 a La Moncloa por la gatera de una sentencia falsa, hay que convenir lo que el escritor italiano Claudio Magris, que se profesaba “un optimista porque las cosas siempre acaban peor que sus oscuras previsiones”.

No es para menos echando la vista atrás. Así, antes de su moción de censura con neocomunistas y soberanistas, no tuvo rubor en calificar de “delito de rebelión” el golpe de Estado de 2017 e indicar que rendiría a la Justicia el prófugo Puigdemont. Luego, como presidente con los sufragios de aquellos a los que iba a combatir, maniobró para que la Fiscalía y la Abogacía del Estado, con suerte dispar, rebajaran el delito de rebelión a sedición. Y a continuación, para agotar la legislatura, después de que el Tribunal Supremo penara los hechos como sedición, auspició el indulto que negó, pregonando que “el acatamiento de la sentencia significa su cumplimiento, reitero, su íntegro cumplimiento”.

En este punto y seguido, ahora le toca a la amnistía que rebatió por convicción y por ser ilegal en este doloroso viacrucis al que somete al pueblo español y cuya próxima estación de penitencia será la consulta de autodeterminación después de desecharla como tantas otras veces en las que mintió con descaro de hombre sin palabra. Coincidiendo con el aniversario de su Rendición de Pedralbes de diciembre de 2018, se materializan humillaciones como la mesa de la autodeterminación con un relator -sea el cardenal Omella u otro- que certifique la negociación sobre el “conflicto político” entre Cataluña y España, como dos realidades distintas. Sánchez se ha ganado el apodo de “Tricky Peter” (el tramposo Pedro) evocando el “Tricky Dick” del dimitido Richard Nixon al justificar el espionaje del cuartel demócrata porque, “cuando lo hace un presidente, significa que no es ilegal”.

Así, la Conchabanza Frankenstein adopta el patrón que arruinó países ricos y libres como Venezuela o Argentina, obligándoles a recalar por estos pagos que hoy prefiguran el paisaje político que creyeron dejar atrás

Cuando la riada ha alcanzado ese ras y enloda instituciones capitales de una democracia, cabe exclamar: “¡Fíate de Sánchez y no eches a correr! Por eso, huyendo del fuego, hay emigrantes latinoamericanos venidos a España que comienzan a maliciarse que pueden haber caído en las brasas. Comprueban cómo el bloque de poder en España asimila el populismo autoritario que les puso en fuga y lo propaga. Rumiando el peligro, estos transterrados observan que se trasplantan a esta orilla atlántica las políticas abrasivas que les forzaron a despedirse de sus patrias. Así, la Conchabanza Frankenstein adopta el patrón que arruinó países ricos y libres como Venezuela o Argentina, obligándoles a recalar por estos pagos que hoy prefiguran el paisaje político que creyeron dejar atrás. Para remarcar la adversidad, el calendario ha casado dos episodios que abonan la apreciación de que la Argentina peronista y la España Frankenstein se emparejan.

Allende los mares, el imprevisto triunfo peronista del ministro de Economía, Sergio Massa, en la primera vuelta de las presidenciales argentinas. Contra las encuestas, el sentido común e incluso la decencia, cosechaba el 37% de los votos quien arrastra al país a una hiperinflación del 140% y a una pobreza del 40% en un Ejecutivo presidido por un impopular Alberto Fernández y vicepresidido por una condenada por saqueo del Estado, Cristina Fernández de Kirchner, librada de la cárcel por el fuero del que goza. Diríase que, si Massa hubiera rebasado aún más la inflación, ocuparía ya la Casa Rosada sin segunda vuelta.

Se podrá argüir que los argentinos han antepuesto “lo malo conocido a lo bueno por conocer” ante un presunto favorito como Javier Milei, resuelto a pulverizar -motosierra en mano- el “statu quo” casi inalterado desde el advenimiento de Perón al poder o que Massa se ha beneficiado de la división de una oposición que se unirá para la segunda vuelta. Pero es muy difícil librar batalla contra un régimen clientelar con intendentes que, sin importarles quebrar el país, atenazan las llaves del presupuesto para multiplicar empleados estatales y subsidios de compra del voto, cuya partida se amplió este año electoral en 714.000 millones de dólares. Ello desmanda un déficit que parasitan, entre otros, los “ñoquis” como se designa a quienes cobran sin trabajar y que acuden a percibir sus haberes el 29 de cada mes en que se consumen habitualmente los argentinizados “gnocchi” italianos.

Si el kichnerismo expropió YPF a Repsol, hoy nadie descartaría algo parecido en España por parejos sofismas a los que enarboló aquel matrimonio de ladrones, de no ser porque la Unión Europea actúa de ancla frente a tales oleajes

Aquende los mares, Sánchez y su vicepresidenta Díaz, como el dúo argentino Pimpinela, lucían el lunes el pacto de investidura de PSOE y Sumar, cuyas bases se equiparan a las del peronismo sobre la premisa de más impuestos y mayor intervencionismo. No por casualidad, el consejero delegado de Repsol, Josu Jon Imaz, expresidente del PNV, ha sido rotundo al plantar cara a la componenda y amenazar con deslocalizar inversiones por la discrecionalidad regulatoria y fiscal. No habla a humo de pajas tras lo sobrevenido en 2012, siendo presidente Zapatero. La diarquía de los Kirchner expropió el 51% de las acciones de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) a Repsol al descubrir enormes reservas de hidrocarburos en el yacimiento Vaca Muerta. Ante la falta de recursos y de tecnología, Argentina hubo de indemnizarla y ofrecer ventajas a la estadounidense Chevron.

Aplicándose el dicho de que “quien se quema con leche, llora cuando ve la vaca”, Repsol pone el grito en el cielo. Si el kichnerismo expropió YPF a Repsol, hoy nadie descartaría algo parecido en España por parejos sofismas a los que enarboló aquel matrimonio de ladrones, de no ser porque la Unión Europea actúa de ancla frente a tales oleajes. Ahí radica la esperanza de los inversores asistentes el miércoles al almuerzo que el Consejo Empresarial Alianza por Iberoamérica (CEAPI) tributó en Madrid al magnate mexicano Carlos Slim, accionista de compañías españolas como FCC y Realia.

Al aguardo del desenlace electoral argentino y de lo que el huido Puigdemont depare a la investidura de Sánchez, España semeja una Argentina entregada a un peronismo que ha forjado un clientelismo podrido que la depaupera, a la vez que la torna tan solipsista que no se percata de su penalidad. Así lo es desde los años 40 cuando Perón prohijó una causa en la que Podemos halló “la razón populista” en el filósofo postmarxista bonaerense Ernesto Laclau. De hecho, ejerce el cuasi monopolio del poder auspiciado por quien entendía que “nosotros proclamamos los derechos sociales” y “las cuestiones actuariales que las arreglen los que vengan dentro de 50 años”. En justa correspondencia, Evita Perón enardecía a la masa con “¡ustedes tienen el deber de pedir!”, mientras cavaba la ruina y ponía al recaudo su fortuna.

Yolanda Díaz, la reina del populismo

Por esa pendiente se deslizan los países enfermos que dilapidan sus riquezas con regímenes deshonestos hasta el tuétano, pero que tejen complicidades que maniatan a sociedades a las que hacen dependientes hasta cronificar enfermedades sociales que les impiden salir del hoyo que cavan. Cuanto mayor es el desarrollo y la autonomía, más libres y exigentes son los ciudadanos. Por eso, las castas más incompetentes e inmorales buscan empobrecerlos uncidos al yugo del presupuesto. A este fin, hay que subrayar como, en los boyantes en apariencia datos de empleo del tercer trimestre, España registra récord de contratos públicos (3,5 millones), mientras que la privada sigue a niveles pre-Covid y los autónomos retroceden desde que el Gobierno disparó sus cuotas sociales en el país con más paro de la UE. A eso llaman el “milagro español” “Perón” Sánchez y “Evita” Díaz, quien se exhibe elegante ante sus pobres como la reina del populismo.

Por eso, evocando la canción de Madonna Don’t cry for me, Argentina dedicada a quien explotó el apoyo de los más humildes para consolidar el poder autoritario de su marido, émulo del fascismo mussoliniano, conviene retocarla con un No llores (sólo) por mí, Argentina a la luz de cómo la España Frankenstein converge con el peronismo ejemplificando cómo se destruyen las democracias desde dentro. Lo dicho: ¡Fíate de Sánchez y no corras!