CRISTINA CASABÓN-ABC

  • Si hablamos de la derecha reaccionaria no hablamos de la amnistía ni del sillón

Sánchez abrió la mañana el discurso más rojo de investidura contra los elementos exaltados (sic) de la ultraderecha (sic). Es un hombre que pretende gobernar España mediante el estigma hacia el ciudadano reaccionario, que ya somos todos. El discurso de investidura, aparte de resultar repetitivo, se manifestó triunfalista, hermético y fanático. Hermético, quiero decir, porque no aclaró ninguno de los enigmas que tejen su plan de la amnistía a cambio del sillón, y porque le hemos visto entrar hoy por la puerta de atrás del Congreso. Los fotógrafos, que son unos linces, le han pillado. «Yo soy yo y mi sillón», tenía que haber dicho Sánchez, pero ahora sus pactos le llevan a un agua quieta y palúdica donde lo mismo le puede morder el pie un fascista que infectarle el paludismo cualquier reaccionario. Así las cosas, el tedio de la mañana se convertía en turbamulta y azote de la democracia cuando Sánchez empezó elegantemente recordándonos que va a pactar lo que quiera porque dispone de la mayoría parlamentaria para hacerlo. Yo, que amo el confort y escribo en mi sillón de mimbre, cómo no voy a compadecer al señor Sánchez. No hay monomanía de poder ni delirio de grandeza antifascista, sino un cariño recíproco entre él y su sillón.

Dentro de la oleada justiciera que recorre el país, el toro de la oposición quería llevarse por delante a un hombre que amaba un sillón y el hombre se ha aferrado a él con uñas y dientes. Como buen torero y político sobrio, el polémico candidato coloca un pañuelo rojo en forma de titular («fachas todos») para que el toro le de toda la importancia que merece. Así, si hablamos de la derecha reaccionaria no hablamos de la amnistía ni del sillón. Pero tengamos en cuenta que el sillón es algo que le hace mucha compañía. Faltaban siete votos y solo había que hilar un relato, mítico y bondadoso: La rabia de la opción reaccionaria frente al demócrata que apuesta por el avance. Este es el relato ganador que se va a imponer durante cuatro años en España, y cuanto antes lo asumamos mejor.

La mayoría de los españoles no tiene nada que ver con este discurso guerracivilista, que obviamente no está a la altura de las circunstancias. Sánchez se ha convertido en un presidente que insulta al ciudadano normal y que es una brasa, la brasa que ya solo irá generando el relato de las sendas reaccionarias. Y va a tener una cruz con este enemigo quemante de las derechas al que se proponen hacer oposición dura, pero en su registraduría del sillón se aburre y tiene, en cambio, un sentido de la política smittiana en la precisión más cruel de amigo-enemigo. Desde que vendió su alma al capo Puigdemont el conflicto ha ido a más y sus recitales del Congreso van a ser corridas de toros con banderillas de fuego que emiten mucho CO2.