ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • Sánchez premia a Bolaños, Marlaska y Montero, los ministros que más le ayudaron a comprar la investidura

Nadie podrá decir que Pedro Sánchez es un ingrato. Injusto, sí; mentiroso, desde luego; cínico, como él solo; pero desagradecido, no. Ahí está el nuevo Gobierno para demostrarlo. Los ministros que más le ayudaron a comprar la investidura salen fortalecidos, en premio por su obediencia y con vistas a exigirles nuevos servicios similares a los prestados hasta ahora. Bolaños suma a Presidencia, Justicia, foco de la mayor resistencia contra la amnistía acordada como parte de ese pago. Montero asciende a vicepresidenta, en aras de facilitarle la tarea de quitar dinero a las comunidades más desfavorecidas para entregárselo a las más ricas: Cataluña y el País Vasco. Marlaska, que todas las quinielas daban por liquidado en razón de su desgaste, continúa en Interior, a fin de consumar la excarcelación de etarras y garantizar que los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad actúen con contundencia contra las protestas pacíficas. Ya está el equipo sanchista en el campo, dispuesto a seguir repartiendo patadas a la igualdad, la Constitución, la ley, el progreso y hasta el decoro parlamentario (Óscar Puente). La batalla empieza ahora.

Quienes vivimos de cerca los años de plomo del terrorismo y asistimos a la traición perpetrada por Zapatero, consentida por Rajoy y enaltecida por Sánchez al elevar a Otegi a la categoría de socio preferente, sabemos bien lo que es la frustración, la sensación de injusticia, el dolor de la derrota, la tentación de desistir. Conocemos las consecuencias que se derivan de plantar cara al poder, no solo en el ámbito profesional y económico, sino incluso en el personal. Somos conscientes de que toda lucha entraña riesgos y hemos visto cómo ésta, en defensa de una España libre y democrática, nos ha llevado a perder una pelea tras otra a lo largo de dos décadas. Tal es la amarga verdad que han descubierto recientemente los opositores al golpe catalán y la mayoría de una sociedad que quiso creerse el cuento del ‘proceso de paz’ inocuo. Los vascos constitucionalistas ya éramos veteranos de esa guerra de desgaste cuando Puigdemont perpetró su asonada. No nos pilló por sorpresa. Tampoco nos ha extrañado la rendición del presidente a cambio de la Moncloa y esperamos cualquier vileza, cualquier cesión, cualquier retorsión de la verdad y la decencia en los años venideros. Estamos preparados para lo peor. Llevamos tiempo advirtiendo de que, si no lo paramos, Sánchez convertirá nuestra patria en un páramo insolidario regido por terroristas y golpistas irredentos.

La buena noticia es que hay esperanza, siempre que no claudiquemos y perseveremos en el empeño de salvaguardar nuestros derechos y libertades. Cada cual desde su lugar y en la medida de sus posibilidades. Europa puede infundirnos ánimos, aunque sea avergonzándonos como hará seguramente el miércoles, pero no librará el combate que nos corresponde a nosotros. El deber de resistir es nuestro. Y el peor enemigo, el cansancio.