Miquel Giménez-Vozpópuli

Veo en la ahora red social llamada X y antes Tuiter algo que me ha producido una alegría tremenda, igual que Yolanda Díaz en la NASA viendo cobetes. En un video aparece Pablo Iglesias, sí, el mismo del “Cierre la puerta al salir”, “Sí se puede” y demás frases dignas de ser grabadas en mármol, diciendo que está pensando montar un restaurante para rojos. Cabe añadir que lanzaba al mundo esta propuesta ante la puerta del Congreso, justo el día en que el Gran Bajá del Beluchistán iba a ser investido.

No se sabe si medio en coña o medio en serio, pero Iglesias afirmaba que su restaurante sería un sitio para tomar cervezas, comer los platos que nos gustan – miedo me da pensarlo – y, claro, para que los seguidores de su canal Red pudieran ver a las personas que ahí trabajan. Jacarandosamente, el entrevistador le sugería nombres como Redstaurante, Chef Guevara o Unidas Comemos. Iglesias contemporizaba diciendo que los de Bildu serían los que se dejarían ahí una pasta cuando, de pronto, mientras el intrépido entrevistador se pedía el puesto de maître rojo o anarquista, Iglesias le soltó con agilidad de felino de la sabana un “Oye, ¿no querrás ser accionista?”.

Lo que la política o la universidad no le dieron a Pablo igual podría dárselo trajinar entre fogones, que también ahí puede adorarse a Dios según decía Santa Teresa

Más allá de que sea verdad o mentira – qué más da a estas alturas con todo lo que llevamos visto de esta tropa – la idea no es, sin embargo, del todo mala. Uno se imagina la audiencia que generaría un Master Chef Celebrity dónde compitieran entre sí el mentado Iglesias, Inés Arrimadas y Pablo Casado, por decir algo. Y ejerciendo la labor que hacían las Retales, mi admirada Bibiana y Anabel Alonso, podrían estar Tania, Irene y Lilith, ¿no? Lo que la política o la universidad no le dieron a Pablo igual podría dárselo trajinar entre fogones, que también ahí puede adorarse a Dios según decía Santa Teresa. Bueno, en su caso a Dios no, pero si a Lenin.

Siguiendo con el restaurante de Pablo, los platos serían, por fuerza, indigestos: ensaladilla no rusa, sino soviética, bistec ruso a la Stalin, pimientos rojos asados, cocido bolchevique, langosta proletaria – se serviría sin mayonesa, vicio capitalista -, Marx y Montaña, compuesto por langosta y buey, plátano Maduro flambeado, en fin, que la cosa podría dar de sí y yo le dejo aquí estas ideas al muchacho, que ya se ve para lo que ha quedado. Obraría santamente, con perdón, ganándose la vida de manera normal. Además, dar de comer a los demás es más que un oficio, es un arte, es la alquimia en estado puro, es cumplir aquella máxima creo que de Curnonsky – y si no, digan que es de Ecoffier, Dumas o cualquiera, que aquí nadie lee nada – que asegura que quien tiene sentado a un comensal esperando que le lleves la comida contrae una grave responsabilidad consistente en hacerle feliz mientras dure la comida.

Comprenderán que no diga nada de Sánchez respecto al tema porque sabido es que él se lo guisa y él se lo come

En el caso de Arrimadas y Casado también les dejo una sugerencia. Un restaurante que se llama Gastrocentritis donde sólo se sirva comida fast food, ya saben, rápida, artificial, indigesta y difícilmente asimilable dentro del sublime ideal de la cocina pensada para que los humanos seamos un poco más felices al levantarnos de la mesa. Comprenderán que no diga nada de Sánchez respecto al tema porque sabido es que él se lo guisa y él se lo come. Aunque la cuenta la paguemos todos.