Olatz BarriusoElCorreo

  • Sánchez cruza su penúltima frontera y deja tocada de muerte la credibilidad de la política declarativa. Los socialistas vascos acusan el golpe

«No vamos a hacer alcalde a Joseba Asiron porque practicó la imposición cuando fue alcalde. No ha sido capaz de transformar la diversidad en convivencia». Palabra de Elma Saiz tras las elecciones de mayo. ¿Acaso el mencionado Asiron, pócima mágica mediante, se ha convertido en adalid de la concordia en los seis meses largos que han transcurrido desde que la portavoz del PSN en Pamplona, hoy flamante ministra, le negara como San Pedro a Jesucristo por poner la ikurriña en la balconada o por pasar el rodillo con el euskera?

Obviamente, ni Asiron ha cambiado un ápice ni la ‘devolución’ política de la makila al exalcalde el 28 de de diciembre es ninguna inocentada sino un pago en diferido (que diría Cospedal) a EHBildu por su apoyo a la investidura de Pedro Sánchez. Una transacción que, por cierto, Mertxe Aizpurua y compañía hicieron pasar por desinteresada contribución al antisfascismo cuando, en realidad, la coalición abertzale es el grupo que más y mejor negocia acuerdos que, por vergonzantes, se esconden bajo la alfombra. Pero los presos de ETA ya están todos en Euskadi y UPN virtualmente fuera del Consistorio pamplonés.

Ni siquiera han esperado a que Cristina Ibarrola presentara un anteproyecto de Presupuestos ni se han molestado en sostener la pantomima del bloqueo político delAyuntamiento demasiado tiempo. Si el martes tocó tragar el sapo del primer trámite parlamentario de la amnistía –con Sánchez y casi todos sus ministros ausentes–, ayer Patxi López tuvo que hacer malabares para emparentar la moción de censura en Pamplona con los tres años que lleva el Consistorio sin Cuentas aprobadas. Oiga, pero entonces, ¿por qué Elma Saiz apelaba al estilo intransigente y escasamente plural de Asiron hace sólo medio año? Por lo mismo, convendremos, que Sánchez aseguraba en una entrevista en 2015 aquello de «no vamos a pactar con Bildu, si quiere se lo digo veinte veces». Porque el valor de la palabra, en estos tiempos en que la política se ha convertido en mera farfulla declarativa en ‘X’, no es que se haya devaluado, es que se ensalza como un valor de los gobernantes audaces (lo hace Sánchez en su último libro) la capacidad para «cambiar de opinión». La palabra dada queda definitivamente herida de muerte. Menos mal que nos queda el inefable Óscar Puente, siempre dispuesto a hablar a bocajarro, para dejar claro que Bildu puede gobernar Pamplona porque es un partido «progresista y democrático».

Esa es, en realidad, la frontera que ayer cruzó Sánchez. El penúltimo cheque para blanquear a Bildu de una vez por todas como partido de gobierno. Porque el último, y el más gravoso, será auparles a Ajuria Enea. De momento, los socialistas vascos ya se duelen del golpe – «no nos ayuda»–, aunque insistan en que su política de alianzas (no pactar con quien «hasta ayer nos mataba») es clara y el PSOE «la comparte». La comparte, sí, de momento, porque el PNV no es UPN: es también decisivo para sostener a Sánchez. Pero en el improbable caso de que Bildu gane las elecciones vascas, al presidente no le quedará más remedio que elegir socio. Y lo hará él y sólo él, según su criterio y su conveniencia.Por eso, el PSE admite en privado que la decisión les parte la campaña, en la que Andueza partía con ventaja frente a un Pradales desconocido. También los jeltzales creen que el PP se ha encontrado con un regalo inesperado en puertas de las gallegas y de las vascas. Pero Sánchez mira por Sánchez. De ahí que la entronización definitiva de Bildu dependa, a medio plazo, no del suelo ético que el PSE defiende con sinceridad pero ya en solitario, sino de los caprichosos designios del poder monclovita.