IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Algo grave pasa en España cuando la Corona convierte su mensaje navideño en una nítida denuncia de riesgo sistémico

LA Corona es en la práctica la única institución neutral que queda ahora mismo en España. El resto han sido o están en vías de ser colonizadas por un poder ejecutivo sin reparos en desembarcar en ellas a peones de confianza. La neutralidad es la clave esencial de la legitimidad monárquica y no resulta fácil mantenerla en una escena pública donde el Gobierno ha construido un «muro» –la expresión es del propio presidente—que en vez de unir a los españoles los separa fracturando la convivencia ciudadana y generando una atmósfera de crispación política que trastorna la normalidad democrática.

En ese contexto, el Rey pronunció anoche su discurso de Nochebuena subido a horcajadas en ese muro de división cívica, dispuesto a desactivar su dimensión destructiva en la medida en que su papel lo permita. Sin señalamientos explícitos que comprometerían su condición arbitral, pero con insólita firmeza que en algún párrafo contenía ecos de su intervención de 2017 contra la insurrección separatista, pronunció un alegato de defensa de la Constitución como única guía posible en el ejercicio de la responsabilidad política. El énfasis en los valores del marco legal –consenso, civismo, concordia, justicia—remitía a cualquier espectador despierto al sentido latente de las palabras no dichas: la existencia de un clima en que la estabilidad institucional, la cohesión territorial y las libertades colectivas peligran o están seriamente comprometidas.

Algo grave pasa cuando el jefe del Estado irrumpe en los hogares durante la cena más íntima del año con un mensaje nítido de riesgo sistémico. Cuando habla de desencuentro, imposición, arbitrariedad y falta de respeto a los principios que han garantizado cuatro décadas y media de éxito, unidad y progreso. Cuando destaca de manera expresa los conceptos de soberanía nacional, solidaridad comunitaria y supremacía del Derecho. Cuando afirma la necesidad de conservar la identidad de la Carta Magna, su razón de ser como pacto colectivo y ámbito de mutuo reconocimiento. Cuando insta a sentir y cuidar entre todos el país que tenemos. Eso es una llamada de atención que va mucho más lejos de los convencionales tópicos navideños.

Es evidente que en el salón decorado con el árbol, el belén y las fotos familiares podía percibirse la sombra transparente de un elefante. No tanto el de la amnistía, enorme sapo que Felipe VI deberá tragarse, como el de un proceso de declive provocado de los fundamentos constitucionales. El de un ambiente político y civil donde la tolerancia, el acuerdo o la igualdad sufren severo desgaste. El de ese muro que pretende fraccionar la nación en dos mitades, sobre el que el monarca se encaramó anoche para proclamar, gritar casi, que es preciso volver a edificar espacios de entendimiento habitables. Y que resulta urgente, prioritario, apremiante, hacerlo antes de que sea demasiado tarde.