Cristian Campos-EL ESPAÑOL
 

Nulla ethica sine aesthetica ha debido de pensar Felipe VI al ver que Cristina Narbona, la presidenta del PSOE, respondía a su mensaje navideño con un chamizo de cañas, un murete con goterones y un tiesto vacío a su espalda. Estamos hablando del partido que se viste de esmoquin para la gala de los Goya y cuyo secretario general rinde el cuello frente a la bandera catalana, pero que responde al rey desde el jardín, y no precisamente el de la Moncloa, entre vuelta y vuelta a la hamburguesa de la barbacoa.

La desgana en la puesta en escena fue en cualquier caso el menor de los desprecios del PSOE al monarca, en vista del análisis que los socialistas hicieron de su mensaje de Navidad. «El PSOE comparte el mensaje del rey, pero intenta evitar el desaire a sus socios de gobierno» decían algunos medios ayer.

Bueno, es una manera amable de verlo.

Porque ni el rey dijo, ni por asomo, lo que Narbona dice que dijo.

Ni el mensaje de sus palabras era el que el PSOE dijo haber recibido.

[Por supuesto que el empleo, la sanidad, la educación y la violencia contra las mujeres importan. Pero ese no era el mensaje del rey, sino poco más que su prólogo. Lo mollar venía a continuación].

Ni parece posible contentar a unos socios parlamentarios que se han borrado de cualquier responsabilidad protocolaria no ya con el rey, sino con las instituciones democráticas, y que a cada concesión, desde la amnistía al endose de una parte considerable de la deuda catalana al resto de los españoles, responden con una nueva exigencia al alza que a estas alturas de la legislatura, y apenas llevamos dos meses, va ya por el derrocamiento de Felipe VI, un referéndum de independencia y la demolición de la posición internacional de España como socio fiable de la UE y la OTAN.

La metáfora la puso Narbona en bandeja. El jardín desde el que el PSOE respondió al rey es el mismo en el que se ha metido Pedro Sánchez junto a esos siete demonios (Sumar, ERC, Junts, EH Bildu, PNV, BNG y Podemos) que apenas levantan 57 escaños de los 350 del Congreso de los Diputados.

Es decir, el 16,2% de la Cámara.

Los diminutos socios de Sánchez son, en cualquier caso, como ese fuego infernal que quema, pero no calienta. Parecen muchos vistos de lejos, pero entre todos no juntan ni medio amigo verdadero. Tampoco una tenia es tu amiga, sino tu parásita.

Así que el PSOE puede fingir que siete amigos son muchos y que el PP apenas tiene uno y medio. Pero cuando esos amigos son AragonèsOtegiOrtuzar o Puigdemont, lo único que consigue el PSOE es evidenciar su ruidosa soledad.

La soledad de un presidente al que ya sólo acompañan en público aquellos cuyo sueldo y posición dependen de él (el Madrid del poder ha abandonado a Sánchez, aunque se mantengan las apariencias protocolarias por razones evidentes para cualquiera con una edad mental superior a los quince años) y que le endilga a la pareja de Josep Borrell, probablemente uno de los socialistas con menos sintonía con el sanchismo, el incómodo trabajo de tergiversar las palabras de Felipe VI para hacerle decir lo que no dijo.

El PSOE es muy libre de fingir que sus amigos son los mejores que ha tenido nunca y que la España del futuro es inimaginable sin ellos. También la niña Regan de El exorcista creía que el demonio Pazuzu era su amigo.

La pregunta interesante es quién es aquí el Pazuzu de quién. Si Sumar, ERC, Junts, EH Bildu, PNV, BNG y Podemos de Pedro Sánchez. O si Pedro Sánchez del PSOE.