IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Cuando el relativismo de Sánchez desborda hasta la memoria de la sangre no hay modo de adivinar el límite del chantaje

No se trata de Pamplona sino de Navarra. La conquista de la capital mitológica de Euskalherria representa para el nacionalismo un paso crucial hacia el objetivo de la secesión vasca. Ya la gobernó Bildu a finales de la década pasada pero entonces el PSOE aún no había cruzado las líneas que ha dejado atrás en este pacto de la infamia. Ahora, en cambio, el partido post-etarra ha visto en la debilidad parlamentaria y la laxitud ética de Sánchez la oportunidad de acelerar un proyecto que no será un ‘procès’ a la catalana sino un camino por etapas en cuyo horizonte asoma ya la meta volante de la Disposición Transitoria Cuarta. Ahí reside la verdadera dimensión, la auténtica importancia política y estratégica de la pieza recién cobrada.

Ayer, en demostración palmaria de su talante pacífico y su actitud constructiva, las tribus batasunas expresaron su jolgorio cantando «Jo Ta Ke» –«dando duro»– en la puerta de la Alcaldía. Ése era el grito con que no demasiados años atrás celebraban los atentados terroristas, a menudo frente por frente a las compungidas manifestaciones de los colectivos de víctimas. Y ésa es la disposición anímica y el porte moral de los seguidores de esta formación que el ministro Puente ha calificado de «demócrata y progresista». La gente a la que el sanchismo ha vendido el municipio pamplonica en un acuerdo de investidura del que aún se desconoce el resto de las contrapartidas.

De ellos no hay nada que esperar. Todo el mundo es consciente del orgullo que continúan sintiendo por su pasado violento, de su gélida, impermeable indiferencia por el dolor ajeno. Han sido siempre así y no cambiarán ni tienen por qué hacerlo mientras gocen de un trato de privilegio dispensado por el mismísimo Gobierno. El escrúpulo deberían tenerlo quienes procuran su blanqueo a despecho de la memoria de un montón de compañeros muertos. Los que se han vuelto voluntariamente sordos y ciegos para ignorar la complicidad flagrante de sus nuevos condueños con un delirio criminal que no les provoca una pizca de remordimiento.

Con todo, quizá esta sórdida colusión sea ya lo de menos. Como dicen los rapsodas oficialistas, hay que mirar hacia delante. Y lo que se percibe es un proceso de independencia a plazos y por partes, con Navarra en el eje de un designio anexionista clave para que la ensoñada ‘nación vasca’ alcance una masa crítica viable. Esa perspectiva no resultaba posible, ni imaginable siquiera, antes de Sánchez. Pero el vertiginoso derrape gubernamental, su desplazamiento de los ejes constitucionales y su voluntad frentista no permiten certezas de ninguna clase. El de Pamplona constituye un salto cualitativo grave, no sólo por la humillante banalización de un legado de sangre sino porque ya nadie puede garantizar que existan límites al chantaje. El relativismo del presidente ha terminado por abolir el margen de la duda razonable.