IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Para Calviño, la salida a Europa es un alivio. Estaba incómoda en un perfil político combativo que no iba con su estilo

De los frecuentes pulsos que dentro del Gabinete ha librado Nadia Calviño con Yolanda Díaz, como antes con Pablo Iglesias, casi todos los ha perdido ella. La razón es bien simple: sin Podemos ni Sumar no habría Gobierno ni vicepresidencia. Sánchez la nombró porque quería que su experiencia y contactos en Bruselas sirvieran para tranquilizar al alto empresariado y a las instituciones europeas, pero a la hora de hacer política concreta nunca puso reparos –ni siquiera en la ley del sí-es-sí, ay– a los proyectos de sus aliados de ultraizquierda. La (supuesta) ortodoxia económica y financiera de Calviño funcionó sólo a medias: logró sortear la supervisión externa pero el gasto clientelar y las derramas subvencionales han desbordado los límites de déficit y aumentado (hasta el 112 por ciento del PIB) la deuda. Y los socios han obtenido cada vez que han querido el visto bueno de Hacienda para crujir a impuestos a la clase media, los autónomos, la banca y las compañías energéticas.

En esas condiciones, el salto de la vicepresidenta al Banco de Inversiones de la UE ha sido un alivio. Estaba cada vez más incómoda en el Ejecutivo, obligada a adoptar un perfil mitinero y propagandístico que no iba con su estilo; no está acostumbrada a crearse enemigos, ni menos a fajarse con ellos como exige la estrategia de confrontación del sanchismo. Incluso rechazó ir en las listas, primero porque presumía una derrota y no parecía dispuesta a quedarse en la oposición calentando silla, y luego porque llevaba tiempo buscando otro tipo de salida. Antes de irse aún hubo de encajar un último revolcón en las medidas anticrisis impuestas por su némesis Díaz. Ya tenía un pie en el avión y no era cuestión de librar batallas que de todos modos intuía perdidas. Ha logrado al menos colocar a un hombre de su confianza, aunque con un notable recorte competencial que reduce al aspecto meramente técnico su influencia política.

Con su marcha, el Gobierno se parece más a Sánchez: un equipo diseñado para el combate donde María Jesús Montero, ahora número dos del PSOE y de la Moncloa, amplía su papel de enlace entre instituciones y partido desde una clara posición relevante que recuerda, salvando todas las distancias, al modelo que Guerra representó con González. Mirando más lejos, esa doble jerarquía permite incluso dibujar los contornos de un futuro delfinato con la organización y el aparato de poder concentrados en las mismas manos. Queda por conocer si el nuevo reparto mermará o no el ascendiente de Bolaños, cuya triple función de fontanería monclovita, coordinación parlamentaria y control del poder judicial ya representa bastante trabajo. Lo que sí parece evidente es que el presidente quiere a su alrededor un núcleo pretoriano capaz de abrirle paso, a trompazos si es necesario, por un mandato de cariz bastante complicado. Calviño no era persona para esa clase de encargos.