IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Drama para los inquisidores políticamente correctos: un rey negro con la cara pintada… ¡y vestido de torero!

Día grande ayer para los linchadores tuiteros, agitadores de polémicas artificiales, rasgavestiduras de profesión y demás vigilantes del criterio políticamente correcto: el Rey Baltasar de Sevilla no sólo era, como siempre, un señor con la cara embetunada, sino que en homenaje a su antiguo oficio salió –¡¡doble herejía!!– ataviado con un diseño inspirado en los trajes de torero. Conviene aclarar, para lectores no iniciados en los rituales hispalenses, que la cabalgata la organiza una entidad privada –el Ateneo– y que los Reyes pujan por el honor de serlo una importante cantidad de dinero con la que se financian las carrozas, los caramelos y el grueso de la organización del cortejo. Y por tanto que las vestimentas las escogen y pagan ellos. Ahora, sabido esto, ya pueden los inquisidores de turno abrir el fuego de su cotidiano concurso de tiro al blanco, digo, al negro.

La víspera se la habían liado en Madrid a un actor ciertamente poco afortunado que impostaba en un vídeo para los niños del barrio un lamentable acento subsahariano. En los últimos años se ha abierto paso, al pairo de la importada tendencia ‘woke’, una corriente de rechazo contra esta costumbre que la mayoría percibe como un inocente simulacro propio de la venial farsa de los Magos. El hábito irá en natural declive porque el mestizaje se ha normalizado en la sociedad contemporánea y no tiene sentido maquillar a nadie existiendo en España un amplio crisol de razas. Pero a cierta parte de la izquierda le encanta fruncir el ceño y montar un drama ante lo que no deja de ser una cándida mascarada cuya peor consecuencia resulta la sospecha o la decepción de los niños cuando perciben la patraña. No es de eso, sin embargo, de lo que se quejan los censores de guardia sino del sustrato racista de ese ‘blackface’ que tanto escándalo causa en la cultura norteamericana, donde recuerda los tiempos de la esclavitud y evoca el fantasma de la supremacía blanca.

En ese contexto, el vestido de luces del exnovillero y el reparto masivo desde su carroza de minicapotes de paseo podría constituir un ejercicio de riesgo en cualquier lugar menos acostumbrado al cachondeo. Toros, ‘carapintada’, folklore y trasfondo religioso: anatema perfecto, leña para la hoguera, gasolina para el incendio. Y encima jolgorio en las calles, para mayor desconcierto de esas ideologizadas élites aficionadas a atribuirse la voz del pueblo. Hace ya tiempo que los principales teatros de ópera han suprimido, bajo pena de cancelación, el tizne de los tenores encargados del papel del moro –ay– Otelo, pero Sevilla sólo cancela a quienes no saben distinguir las cosas que hay que echar a broma y las que conviene tomar en serio. Y estos conflictos de salón y red social los resuelve sin mayor problema con un soberano desprecio. Tonterías las justas y en su momento, dicho sea con el mayor de los respetos.