Miquel Escudero-El Correo

El gran desafío que tiene cada hombre es encontrar acomodo en el mundo: un quehacer henchido de sentido para él y una zona de holgura donde pueda sentirse propiamente en ‘casa’, un lugar que le asegure vínculos y emociones personales. Para Herman Hesse, autor de ‘Siddhartha’ y ‘El lobo estepario, tu hogar «o está dentro de ti o no está en ninguna parte»; de este modo, cual caracoles, estamos condenados a llevar la ‘casa’ encima.

Igual que sucede con la amistad, el hogar es una tarea que no tiene límite y que busca expansión. Se asemeja a la idea de patria en que se localizan donde tengamos libertad y donde estemos a gusto y bien atendidos. Por esto el concepto de ‘ciudadanos’ es determinante, pues vertebra el proyecto de libertad junto al de igualdad; sin hacer distinciones, todos tienen la misma dignidad de personas. ¿Pero qué se hace con las inevitables diferencias? Hay que orquestarlas con sabiduría y liberalidad, con voluntad de convivencia y con inteligencia, tanto para promover las distintas capacidades de todos como para contrastar diferentes perspectivas, siempre enfocadas con la amabilidad y la consideración adecuadas.

Estamos inflados de matracas agresivas y frases huecas que deberíamos arrojar de nuestro lado. ¿Tengo que pensar como tú para que no me mates? ¿Tengo que hacer como tú para que no me envíes a la porra? ¿Tengo que ser como tú para que no me arrincones? Si no me equivoco, bastaría tener respeto a la realidad y hábito de mirar a los ojos para excluir la indiferencia y la hostilidad (clasista, racista, sexista o xenófoba), que son actitudes que abortan las relaciones que se deben las personas entre sí.