En el funeral por los guardias civiles asesinados en Barbate a Marlaska le prohibía la viuda de uno de ellos imponerle a su esposo caído una medalla a título póstumo. Encarnaba el sentir de los que estamos hartos de que el crimen campe a sus anchas por la estupidez, laxitud y muchas cosas. Solo recordar que Marlaska ordenó desmantelar hace tan solo dieciocho meses el cuerpo de choque contra los narcos en el Estrecho. Ese que ahora va a poner una medalla con cara de circunstancias; el mismo que al cancelar el inmejorable servicio que prestaba la OCON –Organismo de Coordinación del Narcotráfico– orillaba a 130 agentes especializados en la lucha contra el narcotráfico, blanqueo de capitales, corrupción, tráfico de armas, crimen organizado, en fin,
unos servidores públicos de probadísima eficiencia profesional.
Ese mismo día, en Valladolid se celebraba una fiesta para subvencionados, pijos progres, reivindicadores de todo a cambio de no dar nada, apóstoles de lo woke. Hablamos de los Premios Goya que, un año más, y salvo contadísimas excepciones, demostraron que sin la subvención de papa gobierno –extraída de nuestro bolsillos– y ese discurso cargado de odio y estupidez bajo el que esconden su incapacidad artística, el cine español no es nada. Este cine, al menos. Y cuando piensas que no se puede caer más bajo, alguien aparece para que, como decían las niñas de la curva, sí se puede.
Sin la subvención de papa gobierno –extraída de nuestro bolsillos– y ese discurso cargado de odio y estupidez bajo el que esconden su incapacidad artística, el cine español no es nada
TVE, la que en teoría es de todos, la que desde que gobierna el frente impopular se ha olvidado de los viernes negros, la de los contratos a productoras de amiguetes, la discípula de Cubavisión y Venezolana de Televisión, nos regaló un momento histórico. Entra Pedro Sánchez. Smoking, escoltas, groupies. Una reportera le pregunta si ve muchas películas y cuál es la última, tuteándolo y con tamaña algazara jacarandosa que nos hizo sospechar que la más groupie era ella. Sánchez dijo que sí, que veía muchas y ahí lo dejó porque su tiempo lo ocupa por entero la serie que tiene con Puigdemont. Ella, ansiosa, insiste. ”¿Y la película ‘La sociedad de la nieve’ – un remake de la antigua ‘Viven’– te ha gustado, eh, te ha gustado”? A lo que el monclovita se detuvo y, mirándola de soslayo con sonrisa de tú ya sabes, espetó con voz melosa “¿Qué si me gustó?¡Me encantó!”. Siguió la comitiva y la muchacha, en éxtasis, berreaba ante la cámara “¡Eres un icono, presi, te queremos, toma ya!”.
Así está España. La banalización de lo banal enfrentada a la durísima vida real, sin photocall ni red carpet. El autónomo que ha de cerrar su pequeño comercio en el que se dejó la vida. El pequeño empresario arruinado por los impuestos. El agricultor que ha tenido que salir a gritar que no puede más. Los españoles que nos negamos a ver sucumbir nuestra sociedad. Y la muerte de los uniformados que defienden, justamente, la libertad de aquellos que se pavonean con disfraces – me niego a llamarlos vestidos – diciendo enormidades, sujetos grotescos carentes de corazón siquiera para guardar un minuto de silencio en memoria de ellos.
Entra Pedro Sánchez. Smoking, escoltas, groupies. Una reportera le pregunta si ve muchas películas y cuál es la última, tuteándolo y con tamaña algazara jacarandosa que nos hizo sospechar que la más groupie era ella
La gente corriente no tendrá jamás desfiles, fotos, canapés ni toda esa orgía de ricachones advenedizos. Y uno piensa, desesperado, pues que vengan los de Maduro, los de Hamas, los que quieren a la mujer tapada, en casa y sumisa ante las palizas; que vengan pederastas, narcotraficantes, todas las mafias del mundo, que venga la hez y pongámosla ya a gobernar directamente, sin necesidad de intermediarios ni apologistas. Total, con burka o sin burka puede decirse igualmente al máximo dirigente nacional que es un icono y lo queremos. Ay, no, que con según quién las mujeres no pueden salir de casa si no es con el marido, ni dirigirse a un hombre. Ni ser de género fluido. Pero tranquilo, Pedro, te quieren y eres un icono. Ya sabemos de quién.