Mikel Buesa-La Razón
- Hay que reconsiderar con urgencia los excesos ecologistas que han inspirado la política agraria de la UE en los últimos tiempos
A los estudiantes de microeconomía de mi generación nos enseñaban el teorema de la telaraña, cosa que ahora no ocurre porque ha desaparecido de los manuales de la disciplina. La telaraña es un modelo dinámico que describe los mercados en los que las decisiones sobre el futuro se adoptan teniendo en cuenta las circunstancias presentes. Por ejemplo, los agricultores plantan ahora la que será su cosecha de dentro de unos meses basándose en los precios actuales. Nuestros maestros solían centrarse en las soluciones de equilibrio del modelo, pero también aprendimos leyendo a Schumpeter que éstas eran poco probables y que esos mercados resultarían inestables en la mayor parte de los casos. Por eso, la telaraña ayudó a diseñar políticas de intervención sobre la agricultura que corregían ese problema y aseguraban así el abastecimiento de alimentos, un aspecto éste crucial para la sociedad, pues el hambre es un factor que destruye sus fundamentos.
En Europa, las políticas de estabilización de los mercados agrarios fueron dominantes durante décadas, pero en tiempos recientes se hizo entrar en el paquete correspondiente consideraciones referidas al sostenimiento de rentas, el ecologismo vestido de paisajismo, la limitación de las cosechas y también la transición energética o descarbonización. Todo esto complicó mucho las cosas y, sobre todo, sólo permitió garantizar una provisión suficiente de alimentos abriendo los mercados a las importaciones desde países menos rigurosos con las reglas fitosanitarias y medioambientales mientras se fomentaban las exportaciones. Este modelo de gestión ha funcionado mal por dos motivos: uno, porque la dependencia exterior en muchos cultivos es un factor de riesgo para el abastecimiento, como ha demostrado la guerra de Ucrania, especialmente en cuanto a los cereales; y dos, porque introduce un elemento de competencia desleal con la producción interior cuando se autorizan suministros externos cuyos bajos costes se explican porque no cumplen con las exigencias de calidad que, en cambio, son obligatorias para los agricultores autóctonos. El conflicto agrario que se ha desatado en una buena parte de los países europeos se asienta en estos elementos. Por ello, hay que reconsiderar con urgencia los excesos ecologistas que han inspirado la política agraria de la UE en los últimos tiempos. Volver al teorema de la telaraña podría ayudar a ello.