Diego Carcedo-El Correo

  • Recuerdo cómo Pedro Sánchez, cuando todavía parecía un político sincero, alertaba contra el peligro de que alguien le quitase el sueño en su dormitorio de la Moncloa

Recuerdo cómo Pedro Sánchez, cuando todavía parecía un político sincero, alertaba contra el peligro de que alguien le quitase el sueño en su dormitorio de la Moncloa. Cuantos sufrimos insomnio no podemos por menos de imaginar cómo serán sus noches intentando despejar a manotazos los recuerdos recalcitrantes de la jornada que, a poco realista que sea, le estarán alertando de que el poder que ama, y tanto le costó conseguir, se le va de las manos. Quizás no sea así, quizás esté dotado de una capacidad sobrenatural para pasar la noche durmiendo como un lirón, pero cuesta imaginarlo.

Si no es así, enhorabuena y admiración. A cuantos cualquier contratiempo les desvela no les resulta fácil imaginar a alguien, inteligente y políticamente entrenado, que no le agobien las preocupaciones igual que los demás ciudadanos sufren. Y no sólo las preocupaciones por una situación que refleja cómo el Estado amenaza con desmoronarse y en buena medida por su empeño en despreciar los deseos de la mayoría para defender a los que nos odian y pretenden destrozar la buena convivencia que veníamos disfrutando. Porque, aunque de tiempo Sánchez no andará muy sobrado, de vez en cuando echará un vistazo a los periódicos o escuchará la radio o verá alguna televisión.

Quizás sus asesores de cabecera, ansiosos por mantener su estatus, no le mantengan informado de la realidad que refleja la opinión pública. A pesar de haber perdido las elecciones legislativas, estará esperando a las inminentes gallegas, vascas y europeas para que los resultados le ayuden a comprobar mejor la situación del país y si, por el contrario no fuese cierto –algo que le reconfortaría puesto que la mentira es el recurso para conseguir las ambiciones–, celebrarlo con los socios que le desean lo peor. Los demás solemos discrepar de unas decisiones oficiales que chirrían al recordar una apropiación de las instituciones como hacen los dictadores para enseguida prohibir la libertad.

El poder que ocupa Sánchez naufraga con una rapidez poco frecuente. Las bases en que se sustenta, cinco partidos independentistas y enfrentados entre ellos sin compartir nada que no sea extenuar hasta la última gota el cobro de sus servicios lejos de proporcionarle tranquilidad, ese entramado inimaginable no oculta que en cuanto rechace sus exigencias lo derribarán de tan endeble pedestal. Pensar que este Gobierno, apenas sin figuras que impongan imagen de solvencia, pueda prolongarse mucho tiempo concediendo amnistías, amordazando al Legislativo, desautorizando al Judicial y despreciando a la oposición –que cuenta con más votos y más parlamentarios – , pueda mantenerse es una utopía.

Pero no es sólo dentro donde se sufre esta degradación de la democracia. La gestión del Gobierno, intentando premiar a sus soportes heterogéneos, desprestigia la imagen del país y lo relega a una semidictadura populista que apoya a las organizaciones revolucionarias, pone en duda la necesidad de combatir el terrorismo, pierde peso en la Unión Europea y comparte con socios que aparecen implicados en las estrategias rusas por destruirla. Que la almohada le ilumine.