ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • Los socialistas han renunciado a defender sus siglas para subsumirse en la candidatura separatista

Si mañana las urnas gallegas otorgan la mayoría al Frankenstein local y permiten armar una alianza capitaneada por el BNG, Pedro Sánchez se sentirá legitimado para aprobar una ley de amnistía que incluya a todos los implicados en el golpe sedicioso catalán, incluidos terroristas, malversadores, traidores a la nación y cuantos hagan falta con tal de blindar su permanencia en La Moncloa. Esa es la realidad. Tanto da que se trate de unas elecciones oficialmente restringidas al ámbito de Galicia. Lo cierto es que todos vamos a hacer una lectura nacional de ese escrutinio, celebrado en un momento crucial de esta legislatura amarrada a duras penas por un PSOE perdedor a base de ceder al chantaje permanente del separatismo. El primero, el propio Sánchez, desesperadamente necesitado de ese aval para justificar su determinación de ponerse la ley y a Europa por montera en aras de satisfacer las exigencias de Puigdemont.

El ministro especial para este asunto turbio, Félix Bolaños, ya ha anunciado sin sombra de duda que la amnistía se aprobará y «no dejará a nadie fuera». O sea, que el Gobierno se fuma un puro con la opinión argumentada de jueces y fiscales, así como con la preocupación de nuestros socios europeos ante la participación activa de la mafia rusa y los servicios secretos de Putin (tanto monta, monta tanto) en ese intento evidente de desestabilizar a uno de los grandes países de la Unión alentando y financiando la asonada protagonizada por los líderes de ERC y Junts. En cuanto se hayan celebrado estas primeras elecciones convocadas tras las generales de julio, que han supuesto un pequeño alto engañoso en el camino de infamia emprendido con la investidura, se anunciará la enésima claudicación del presidente ante quien de verdad manda en España, que es el prófugo de Waterloo. Probablemente esto ocurrirá en cualquier caso; a saber, también si Alfonso Rueda consigue revalidar la mayoría absoluta del PP. Pero en ese supuesto, al menos, quedará claro el rechazo de la ciudadanía a esa interpretación repugnante del «hacer de la necesidad virtud». Si las encuestas se equivocan como lo hicieron en verano, demasiada gente se confía, el voto de la derecha se dispersa y el independentismo, partidario del monolingüismo gallego, la expulsión de la Guardia Civil y la Policía de Galicia y el referéndum de autodeterminación, logra concentrar todos los sufragios de la izquierda e imponerse por la mínima, el sanchismo podrá presumir de haber alcanzado una gran victoria y el liderazgo de Feijóo empezará a tambalearse. De ahí que los socialistas hayan renunciado a defender sus siglas para subsumirse en la candidatura separatista. Galicia les importa tan poco como España o la democracia. La única preocupación que les mueve es asegurar el poder de su caudillo, aunque sea ahondando en las divisiones que debilitan a la nación y acrecientan las desigualdades.