CARMEN MARTÍNEZ CASTRO-EL DEBATE
  • Los votantes socialistas, lejos de mantener la fidelidad a sus siglas, están huyendo en masa hacia el independentismo y nadie les puede culpar por ello, no hacen más que seguir a pies juntillas la doctrina sanchista
Uno de los fenómenos que va a determinar el resultado de las elecciones gallegas de hoy es el hundimiento del voto socialista. Los de Sánchez, que ya marcaron un mínimo histórico hace cuatro años enfilan la jornada de hoy con la perspectiva cierta de perforar su propio suelo. Están en el fondo y siguen cavando. Esta circunstancia resulta aún más sorprendente cuando el PSOE gobierna en tres de las cinco ciudades más importantes de Galicia, en dos de sus cuatro diputaciones y desde la gala de los Goya sabemos que cuenta además con un presidente-icono al frente del gobierno de España.
Hace tiempo que el PSOE y el BNG en Galicia funcionan en comandita para arrebatar al Partido Popular cualquier institución que se ponga a tiro. Se han repartido ayuntamientos y diputaciones allí donde ha sido posible en un proceso que ha ido menguando al PSOE y cebando a su socio hasta que hemos llegado al momento actual en que es el BNG y no el PSOE quien lidera esa alianza. Lo ocurrido en esta campaña electoral solo ha sido un acelerador de ese proceso. Los votantes socialistas, lejos de mantener la fidelidad a sus siglas, están huyendo en masa hacia el independentismo y nadie les puede culpar por ello, no hacen más que seguir a pies juntillas la doctrina sanchista: si su única motivación política es frenar a la derecha, da lo mismo con qué siglas se haga; el fin justifica los medios, sanchismo en estado puro.
Cuando perdió las elecciones el 23 de julio, Sánchez salió exultante a la sede de Ferraz para dejar como sentencia para la historia aquel famoso «somos más». La realidad es que los socialistas son cada vez menos en todas partes y que en aquel «somos más» Sánchez incluía a Puigdemont, Junqueras, Otegui y también a Ana Pontón. Es lógico que muchos socialistas hoy la voten a ella, después de todo no deja de estar en su lado del muro. Probablemente nunca pensaron algunos que la estrategia de polarización de Sánchez pudiera acabar resultando tan venenosa para su propio partido.
Pedro Sánchez se está convirtiendo en la versión política de esos tiburones empresariales que se forran cobrando unos bonus disparatados mientras su empresa se hunde, sus accionistas pierden dinero y sus empleados se van a la calle. Hoy el PSOE tiene menos poder territorial que nunca en su historia reciente y cualquiera de sus
socios políticos está en condiciones de pegarle un bocado como el que esta noche le va a pegar el BNG, pero nadie exige cuentas al responsable del desaguisado. Los antiguos barones regionales y ministros destronados se consuelan con embajadas de postín y la organización se limita a ejercer de palmeros de su caudillo. Se podrán consolar con la esperanza de impedir la mayoría absoluta de Rueda, pero es un improbable y magro consuelo ante la situación real del partido. Por perder, hasta han perdido la caseta que tenían en la Feria de Sevilla.