JUAN CARLOS GIRAUTA-EL DEBATE
  • Parecía difícil superar la ignominia de Roldán, que robaba a los huérfanos de la Guardia Civil. Pues lo han logrado con creces

El periodismo de investigación, que tiene en nuestro joven Entrambasaguas el mejor presente y el mayor futuro, irá revelando nombres, lugares, fechas y reuniones. Pero hay algo que ya sabemos: un puñado de altísimos cargos socialistas aprovechó la pandemia para enriquecer ilícitamente a conmilitones, cuando no a sí mismos. Al final va a resultar que la insostenible reforma del delito de malversación, distinguiendo entre ladrones buenos y malos –según se lucraran personalmente o «solo» robaran para terceros– no era tanto un favor a los golpistas cuanto un autoperdón preventivo. Porque si algo está claro es que varios ministros durante la pandemia (Illa, Ábalos y Marlaska), más los entonces presidentes canario y balear, Torres y Armengol, hoy ministro el primero y presidenta de las Cortes la segunda, son responsables de comprar mascarillas por un precio desorbitado a una empresa de broma. Lo que no es una broma es que cometieran tal fechoría siguiendo instrucciones de amiguetes de Sánchez e infringiendo los principios que rigen las contrataciones públicas, por mucho que la pandemia hiciera urgentes las contrataciones.

Dicha urgencia, que la boñigosfera maneja como excusa, es, por el contrario, un atroz agravante moral. Tanto como para que en esta piedra tropiece y se rompa la crisma el PSOE entero, hoy meras siglas de Sánchez en la construcción de su autocracia. Nada más grave, carroñeros, que aprovechar tanta muerte, tanto miedo y confusión, para levantar unas fortunitas a la sombra del poder. Al final los daños al sistema democrático provocados por el sanchismo no respondían solo a una concepción más autoritaria del poder, ni el debilitamiento de los controles a la pura expansión del Ejecutivo, ni el acoso al Poder Judicial al barrido de obstáculos en las concesiones a sus socios parlamentarios golpistas. No. El sanchismo también ha sido y es corrupción del tipo convencional: llevárselo crudo. Parecía difícil superar la ignominia de Roldán, que robaba a los huérfanos de la Guardia Civil. Pues lo han logrado con creces al gestionar una pandemia terrible, con más de ciento veinte mil tragedias familiares, como una oportunidad de negocio. De negocio sucio. Quizá el más sucio que quepa concebir, carroñeros.
A Koldo y a la veintena de peones caídos el juez los ha dejado en libertad porque al fiscal no le parece que exista riesgo de destrucción de pruebas ni de fuga, cuando objetivamente existe riesgo de ambas cosas. ¿Pretenden los socialistas zanjar ahí el asunto o, como mucho, sacrificar el alfil del diputado Ábalos para cerrar un control de daños? Si de verdad creen en esa solución es que el optimismo de su habitual impunidad les ha cegado. Hay mil hilos de los que tirar. Illa, sin ir más lejos, el mismo que rechazó el material sanitario ofrecido por la UE, recurrió pronto a Bruselas para centralizar las compras. Centralizarlas en él. Así pudo adjudicar contratos millonarios a empresas sin dirección conocida y sin trabajadores. Unas cuantas beneficiadas quedan cerca de su pueblo, La Roca del Vallés, donde hay una cárcel muy bonita.