- Veinte años después de aquel famoso «merecemos un gobierno que no nos mienta», hemos llegado a un punto en que la única certidumbre que podemos esperar de este gobierno es, precisamente, la mentira
Hace un par de días la CNN interrumpió el directo que estaba haciendo desde un acto electoral de Donald Trump en la frontera con México. La cadena justificó la muy discutible decisión alegando que el verificador de noticias que tienen en plantilla había constatado que Trump estaba ofreciendo datos falsos sobre el fenómeno de la inmigración. En el caso improbable de que semejante práctica llegara a verse en España, los informativos se convertirían de inmediato en películas de cine mudo. El silencio sería tan estremecedor como lo es el aluvión de patrañas que emite este gobierno cada vez que se dirige a la opinión pública
Veinte años después de aquel famoso «merecemos un gobierno que no nos mienta», hemos llegado a un punto en que la única certidumbre que podemos esperar de este gobierno es, precisamente, la mentira. Sabemos que, en cualquier circunstancia, por cualquier motivo e incluso sin motivo alguno, Sánchez y sus ministros nos van a mentir. Mienten por interés, por salir del paso, por costumbre, por idiotez y hasta por pereza: ¿para qué molestarse en dar una explicación razonada y razonable cuando pueden soltar la primera mentira que se les viene a la cabeza?
Pedro Sánchez y todos sus ministros saben que ya nunca se podrán quitar en encima el sambenito de su absoluta mendacidad, por ello no les importa recurrir a ella más allá de lo razonable. Mienten para crear un rato de confusión en la opinión pública, aunque esas falacias se evaporen cada vez más pronto. Lo vimos con la supuesta implicación de Miguel Tellado en la trama de las mascarillas; esa cortina de humo se evaporó en cinco minutos. Sólo María Jesús Montero y los héroes de los viernes negros en Televisión Española han perdido el sentido del ridículo hasta el punto de intentar mantener una ficción tan disparatada.
Lo mismo hizo poco después Félix Bolaños al asegurar que la Comisión de Venecia avala la ley de amnistía del gobierno. La trola duró el tiempo que se tarda en leer el borrador de un documento aún provisional pero que ya denuncia las chapuzas técnicas de la ley. Mientras Bolaños presume de aval, el texto señala el carácter divisivo de la amnistía y pide una reforma constitucional previa.
Desde que apareció el caso Koldo, Moncloa se ha instalado en un carrusel de histeria, torpezas y mentiras. Un andamiaje argumental absurdo al que solo se suben los más entusiastas de sus propagandistas pero que provoca sonrojo en cualquier cabeza que no haya quedado definitivamente averiada por la disonancia cognitiva del sanchismo.
Habrá quien interprete todo esto como una muestra del principio de Hanlon: «No atribuyas a la maldad lo que solo es fruto de la estupidez». Acaso el estilo amoral de la política sanchista estaría colapsando por culpa de sus torpezas, pero ese sería un dudoso consuelo. La entronización de la mentira como instrumento político destruye la conversación pública y degrada la democracia. Tendremos que esperar a que venga otro gobierno del Partido Popular para que la izquierda política y mediática recupere el respeto a la verdad y vuelva a pedir que los gobiernos no mientan.