Olatz Barriuso-El Correo

  • Era tradición esconder las cartas y no hablar de alianzas en campaña. El PNV ha roto esa regla no escrita pero sus rivales mantienen la costumbre y alientan curiosas teorías

Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que, cuando se preguntaba a un responsable político en campaña por los posibles pactos postelectorales respondía invariablemente con el cliché de que primero debían hablar los ciudadanos en las urnas y después ya veremos. Hasta se inventó un artefacto virtual, el pactómetro, para que los ciudadanos pudiéramos jugar a imaginar nuestro Gobierno soñado.

Sin embargo, en Euskadi se ha roto en parte esa norma. El PNV prefiere ahora apostar sobre seguro para frenar el avance de EH Bildu y vender certidumbre dando por segura la reedición de su actual mayoría absoluta con el PSE. El mantra de su campaña es ofrecer estabilidad frente a aventuras «populistas» y eso pasa por fijar un marco reconocible. En ese contexto se entienden la afirmación categórica de Andoni Ortuzar en EL CORREO -«no contemplamos otra opción que la mayoría absoluta con el PSE»- para evitar elucubrar sobre a quién recurrirán si necesitan un tercer socio y la convicción expresada ayer por Itxaso Atutxa de que, a la hora de la verdad, lo importante será no tanto ganar las elecciones sino tener «compañero» para alcanzar la mágica cifra de 38 escaños. El respaldo cerrado a Sánchez para que su legislatura dure lo máximo posible apunta igualmente en esa dirección.

No está del todo claro, si hacemos caso a las encuestas, que PNV y PSE vayan a alcanzar la mayoría absoluta, así que lo importante para los actuales socios del Gobierno vasco es movilizar. Resultó chocante que, en la misma entrevista en Onda Vasca, la presidenta del Bizkai buru batzar reconociese que EH Bildu «está de moda». Casi tanto como la alegría de Sabin Etxea en la noche electoral gallega por el subidón del BNG. Los soberanistas de Ana Pontón, aducen en el EBB, han hecho un discurso más parecido al del PNV que al de la izquierda abertzale tradicional. Pero también los de Pello Otxandiano se han mimetizado con el modelo de partido institucional que han representado siempre los jeltzales, por mucho que avise Atutxa de que las modas son «efímeras» y sólo dan frutos «a corto», la constatación es elocuente.

Bildu se ajusta más a los cánones con la típica propuesta de que gobierne el más votado y con una apuesta etérea por las mayorías «progresistas» que sólo aclara a quién excluye de la ecuación: a PP y Vox. Los de Otegi saben que comparten voto fronterizo con el PNV, que la vieja fórmula lizarrista de concentración abertzale aún es la preferida por la ciudadanía (un 28% desearían una coalición de gobierno PNV-Bildu, según la encuesta de Ikerfel para este periódico) y que alentar la tesis, por descabellada que sea, de un gobierno de concentración ‘antiderecha’ puede tener su público. Sumar se apunta a ese marco y Podemos a un tripartito de izquierdas de capa caída por el retroceso de su espacio.

En ese río revuelto tienen que nadar a contracorriente PSE y PP, necesitados de hacer calar la idea de la utilidad de su voto. Ambos, curiosamente, agitan el fantasma del pacto PNV-Bildu para ofrecerse como antídoto a esa Euskadi de nacionalismo obligatorio. Javier de Andrés, por ejemplo, hurgó ayer en las diferencias entre Erkoreka y el PNV a la hora de señalar la presunta responsabilidad de Bildu en los últimos altercados violentos. Para el candidato popular está claro: Imanol Pradales «quiere llevarse bien con Bildu porque tal vez estima que sería bueno apoyarse en ellos para gobernar». El socialista Eneko Andueza no da por hecha la reedición de la coalición con los jeltzales y se apunta a otro tópico, el de venderse como futuro lehendakari aunque sea una opción improbable. Ayer dijo que daría la «bienvenida» a los votos de EH Bildu y del PP si son para hacer presidente vasco a un socialista y que «ni mucho menos» hay nada cerrado con el PNV. Lo único que tiene claro es que no habrá pacto de gobierno con Bildu. ¿Entonces? Pareciera que todos los caminos conducen al PNV, pero se trata de jugar al gato y al ratón. Un clásico.