- Se hacía duro ver a los golpistas catalanes abrazados en la sede de la soberanía nacional española festejando las concesiones aberrantes de Sánchez y el PSOE
Disculpen que comience en primera persona. Pero imagino que muchísimos españoles, de derechas o de izquierdas, habrán sentido una repugnancia e irritación similares a las que yo sentí ayer ante las celebraciones por la aprobación de la ley de amnistía. También es cierto que otros españoles pasarán de todo. Estarán centrados más bien en las cañitas del «finde» con «los colegas», o en ese serial de las plataformas que los ha enganchado, y les parecerá «un coñazo fachosférico» que les recuerden que se están derribando ante sus ojos las columnas del país en que viven.
Me habría dado la risa si en los días del golpe de Estado separatista de 2017 –que es lo que fue realmente aquello, aunque Marchena le puso vaselina y lo dejó en «un señuelo, una ensoñación»– alguien me hubiese pronosticado que siete años después uno de los líderes del golpe estaría invitado en la tribuna del Congreso, sonriendo jacarandoso tras la aprobación de una ley de amnistía impuesta al Gobierno de España por su cómplice, fugitivo en Bruselas. Si en 2017 alguien me hubiese vaticinado el delirio político actual, le habría preguntado si se había zampado unas galletitas de peyote con el cafelito del desayuno. Pero ahí estamos.
Lo ocurrido ayer en el Congreso, aunque esperado, escuece. Merced a la traición del PSOE, la verdad es que los españoles hemos sido humillados por unos partidos golpistas que proclaman a las claras que quieren destruir nuestra nación y sus leyes para fundar su república, formaciones que además son minoritarias en su propia región (véanse los resultados del 23-J, elecciones en las que Junts obtuvo menos votos en Cataluña que el PP).
Resultaba desolador contemplar ayer a los diputados de Junts y ERC abrazándose triunfantes en la sede donde reside la soberanía de los españoles. Resultaba estomagante ver a un manifiesto y taimado enemigo de España, como Junqueras, pavoneándose orgulloso como invitado en los fastos de la amnistía y dándonos lecciones de seudo bonhomía política a los españoles, ese pueblo inferior al que todavía tienen que soportar. Resultaba también muy decepcionante el comportamiento antipatriótico y pastelero con los separatistas de los informadores de los medios nacionales, periodistas que aceptan que en la capital de España los separatistas respondan a sus preguntas en catalán y que son incapaces de plantearles una sola cuestión mínimamente crítica, o que al menos los sitúe frente a sus contradicciones. Toda la energía inquisitiva que muestran frente a Ayuso se evapora ante los mayores enemigos de su país, como Nogueras, a la que le reían sus borderías encantados.
Sigo creyendo que España es una nación extraordinaria y que saldrá adelante. Pero hay jornadas en la que esa fe exige un notable esfuerzo volitivo. Alucinante que un país de la potencia, solera y peso del nuestro se vea chuleado por unos fanáticos de credo supremacista, que además suplantan la voluntad del conjunto de los catalanes, pues para nada están por la independencia, según reflejan las encuestas de manera tozuda.
Sobre los socialistas, solo un comentario:
Pellizquitos Emiliano, querido amigo, tras lo visto ayer, todo aquel que no rompa el carnet del PSOE, como bien hizo tu hermano gemelo, es un vendepatrias, pues está colaborando con una conspiración antiespañola que no tiene más objetivo que servir al inmenso ombligo de un narcisista con crecientes ramalazos de autócrata.
Lo de ayer es como si Brasil se dejase ganar por Islas Feroe solo porque su entrenador ha sido sobornado por el equipo contrario. La solución es evidente: hay que echar al técnico corrupto.