TEODORO LEÓN GROSS-ABC

La palabra de Pedro Sánchez no tiene el menor valor; lo que sí tiene, claro está, es precio. Siete votos, sin ir más lejos. Pero ya se sabe, desde Quevedo a Machado, que nada tan necio como confundir valor y precio. Si siete votos valen una amnistía, ya se puede ir calculando por regla de tres el precio de una financiación a la carta, dando a Cataluña un trasunto del cupo vasco, o el precio de una consulta. Después de lo sucedido con la amnistía, no hay un solo motivo para pensar que no vaya a suceder. Hasta el 23-J todos los dirigentes socialistas, sin ninguna excepción, sostenían su inconstitucionalidad para negar que tuviese la mínima viabilidad; y diez minutos después del recuento del 23-J, Junts ya era una fuerza progresista («somos más») y se iniciaba el blanqueo constitucional de la amnistía que cubren con la milonga de la reconciliación por tratar de darle un envoltorio retórico a la exhibición impúdica. Ahora nadie les puede creer cuando niegan la financiación o la consulta, por más que manoteen desde Ferraz o Moncloa con aspavientos ofendidísimos, con la impasibilidad frailuna de Bolaños, la sintaxis salvaje de la Montero, la torpeza formalita de Esther Muñoz o el veneno dulce de Pilar Alegría… El espectáculo ha sido tan abracadabrante que el sanchsimo ha agotado hasta la reserva. Tal vez sería momento de cambiar lo de «merecemos un gobierno que no nos mienta» por una versión actualizada tipo «merecemos un gobierno que no nos mienta todo el tiempo» o «merecemos un gobierno que no nos mienta con tantísimo descaro». Ahora casi se añoran aquellos gobiernos con sus mentiras bajo un cierto orden. La presidencia sanchista, en cambio, estará marcada para siempre por mentir indesmayablemente. Va de suyo que a estas alturas si hay algo que no puede esperar Moncloa es que se les crea. De ahí lo sucedido cuando Marta Rovira aseguró, sin tapujos, que están negociando una consulta sobre la autodeterminación. El desmentido del Gobierno apenas lograba producir el menor registro en los sismógrafos políticos. ¿A quién vas a creer? Nunca al Gobierno.

Todo esto tiene un efecto colateral que empeora el estado de las cosas. Asumido por el sanchismo que efectivamente han exprimido y agotado hasta la última gota de credibilidad, incluyendo a buena parte de sus votantes, en definitiva a toda la sociedad española salvo sanchistas de estricta observacia, en el PSOE saben que sus opciones de supervivencia ya nunca podrían pasar por ser creíbles. El castigo aristotélico del mentiroso es no poder ya tratar de decir la verdad con éxito. Y por eso Sánchez apuesta todo a generar división en la sociedad, levantando un muro y abonando el odio, sembrando cizaña. Se trata de una lógica política elemental: si no te creen, al menos que odien tanto a la derecha como para considerar tus mentiras un mal menor. No es una receta nueva. Sí es, por supuesto, una receta mezquina y peligrosa.