Tonia Etxarri-El Correo
La fatalidad del destino ha querido que el desenlace del recorrido vital del ex lehendakari Ardanza se haya producido en plena campaña electoral vasca. Cuando su partido, el PNV, presenta en sociedad a un candidato tan desconocido como lo fue él cuando llegó a Ajuria Enea en sustitución de Carlos Garaikoetxea. Fue el lehendakari que más tiempo permaneció en su cargo y el primero que inauguró un ciclo muy fructífero de gobiernos de coalición. Un nacionalista con sentido común que no se cansó de advertir que no se podía hacer política de espaldas a la pluralidad vasca y que había que acabar con el terrorismo mediante la acción policial y judicial ajustada a derecho. Seguramente los buzones del recuerdo se llenarán estas horas de referencias a su importante iniciativa en el Pacto de Ajuria Enea en 1988 que supuso un hito en el frente democrático contra ETA. Eran tiempos muy malos para la democracia, los años de plomo, pero de políticos de altura y gran sentido de Estado.
Después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, el concejal del PP en Ermua, en 1997, fue el propio lehendakari quien promovió un texto en el que se decía que nunca se podría compartir acuerdos institucionales con quienes no condenen la violencia aunque su partido, un año después, pactó con Herri Batasuna, EA e Izquierda Unida, entre otros, el pacto excluyente de Lizarra que provocó la salida de los socialistas del gobierno con el PNV.
Con Ardanza se gobernaba con otro estilo. Era la frase que resumió, durante los años posteriores a su mandato, el sentimiento de tantos de sus interlocutores entre los que, afortunadamente, me encontré. Una constatación que sonaba a lamento fruto de una nostalgia que emanaba de la comparación con su sucesor, Juanjo Ibarretxe. Su manera de dirigir el país fue sustituida por una política más radicalizada del PNV. Asumiendo sus diferencias, ya desde la reserva, solía bromear con los periodistas que le ensalzaban diciéndoles: «No sé si me beneficia que habléis bien de mí».
Con una capacidad de enfatizar con el sufrimiento de los perseguidos por el terrorismo similar a la que manifestó en tantas ocasiones Josu Jon Imaz, el lehendakari Ardanza fue de los pocos nacionalistas que pasó el filtro de la familia de Joseba Pagazaurtundúa en el acceso a su capilla ardiente, después de que ETA lo asesinara a sangre fría. Su hermana Maite había recriminado al PNV su falta de sensibilidad y su desprecio acusándolos de tener un «corazón de hielo». Eran tiempos de Ibarretxe en el Gobierno y Arzalluz en el partido. Y Maite todavía militaba en el Partido Socialista.
Ahora, acaba de anunciar su retirada de la política, desde su escaño en el Parlamento Europeo. Pero mira la campaña vasca con un foco muy cercano. No sólo a quienes respaldaron asesinatos como los de su hermano, que pueden llegar a gobernar en breve. Se lamenta de lo ajena que se muestra nuestra sociedad al blanqueamiento del mundo de Batasuna. Y recomienda votar al PP, aunque ella no esté afiliada porque «es de lo más decente». Un consejo que celebra el popular Javier de Andrés y que incomoda a los socialistas de Eneko Andueza.