- Hoy izquierda significa esto: sentimentalismo; incapacidad para atender opiniones contrarias, siempre interpretadas como agresiones; exhibicionismo del sentido moral. Nada
Izquierda, derecha y centro. Las dos primeras, un azar de la Asamblea Nacional francesa a finales del XVIII. El tiempo las convertirá en obstáculos del pensamiento. ¿El centro? Vacua conveniencia, nada. Y un refuerzo de los dos conceptos que se desdibujan. Eso sí, cuanto más se desdibujan, más sirven a las profesiones superficiales, hijas bastardas de las ciencias blandas con las que los estudiantes más perezosos se ganan luego la vida. Taxonomías, etiquetas, categorización y ordenación del mundo son necesarias al fin para el intercambio de análisis. Pero sin los conceptos fijados (o sin fijar la variedad de su interpretación) se convertirán en una trampa, imposibilitando el objetivo de tanta clasificación: la claridad.
Al perder las palabras su original sentido, pueden cobrar otros –no menos precisos, o no menos ricos– al compás de los contextos históricos. O bien pueden quedar en cáscaras vacías, donde no hay precisión, no hay riqueza, solo hay apariencia. Nótese que la apariencia de significado tiene más éxito en nuestra era, la era de la derrota de la razón. Las consecuencias son infinitos diálogos de besugos que buscan a tientas una ilación imposible. Eso es cavar con azada de plástico, es fumarse un cigarrillo de chocolate. Empeños ciertamente infantiles, como corresponde al pseudodiscurso de generaciones iletradas con título universitario e inhábiles para el único juego que vale la pena: el limpio contraste de argumentos y contraargumentos, más el rechazo del público/juez a los interlocutores sin buena fe intelectual (véase Ortega). A título de ejemplo, tomemos la «izquierda».
Sea lo que sea eso que seguimos llamando izquierda, algo capital sucedió tras el caótico despliegue de efectos del mayo del 68, una revolución que en realidad comenzó en enero porque los chicos y las chicas querían compartir piscina. Así que Los chicos con las chicas, de Los Bravos, podría ser la banda sonora del primer capítulo. Un joven Daniel Cohn-Bendit dijo:
—Señor ministro, ha elaborado un informe de 600 páginas sobre la juventud francesa. Pero no hay en él una palabra sobre nuestros problemas sexuales. ¿Por qué?
Con esta pregunta, dirigida al ministro de Juventud y Deportes, arrancó la asombrosa carrera del icono pelirrojo. Lo del anticapitalismo vendría luego, aunque quien menos se fiaba de Dani era el Partido Comunista Francés. Contra lo que cabría esperar, dicha carrera no acabó cuando se airearon estos párrafos autobiográficos del líder del 68: «Ocurrió varias veces que algunos niños me abrieran la bragueta. Reaccioné de diferentes maneras, según las circunstancias, pero el deseo de aquellos niños me planteaba un problema. Les preguntaba: ¿por qué no jugáis juntos?, ¿por qué me elegís a mí y no a los otros niños? Pero, si insistían, de todos modos los acariciaba». Y también: «Podía sentir perfectamente cómo las niñas de cinco años habían aprendido a excitarme». La prensa de izquierdas le apoyó.
El bastardeo del extinto concepto «izquierda» pudo empezar entonces. Hoy izquierda significa esto: sentimentalismo; incapacidad para atender opiniones contrarias, siempre interpretadas como agresiones; exhibicionismo del sentido moral. Nada.