Kepa Aulestia-El Correo
- Ya nadie se pregunta cuál era la naturaleza de su dolida introspección
El tránsito de un cuadro descrito como netamente humano a otro sobrehumano en el plazo de cinco o seis días ha sido el último prodigio realizado por el secretario general socialista. Con lo que se inaugura el Sanchismo 2024 como una suerte de ola gigante sobre la que cabalga todo el partido, los dos sindicatos y numerosos líderes de opinión. Su impulso, el del líder que un día sorprendió a propios y contrarios anunciando que se retiraba para reflexionar sobre si ser presidente «a pesar de todo» merecía la pena, y una semana después ya estaba dispuesto a pilotar el país durante ésta y la próxima legislatura. Siete años más, por lo menos. De tal suerte que ya nadie se pregunta cuál era la naturaleza de su dolida introspección. Qué más da. Lo importante ahora es que se ha inaugurado el tiempo de la «regeneración».
Nadie del centro hacia la izquierda puede poner en cuestión la verdad revelada con la reaparición de Sánchez porque el sacrificio realizado la avala: la democracia está en peligro. Todos sus riesgos son uno e intencionado. Por lo que ha de ser también uno y sistemático el empeño para preservar una «democracia decente» ampliando sus bases en una vigilia permanente, con objeto de identificar como bulo y mentira todo aquello que no se atenga a una verdad comprobada. Menos la presunción de que la democracia está en peligro. Porque quien discuta esto último la pondría un poco más en peligro.
Dado que la polarización es siempre asimétrica, que en cada momento o en cada caso unos se distancian más que otros del punto de encuentro, la maniobra de Pedro Sánchez ha contribuido a ella. Hasta el punto de que su virtud consiste precisamente en ensanchar y ahondar el abismo entre las fuerzas que se reclaman del progreso y todas aquellas que éstas sitúan en la reacción, sin distingos. La alianza entre la derecha y la ultraderecha sería no solo su expresión política, sino la constatación de un peligro que se va apropiando de distintas partes del mundo y que, paradójicamente, asegura la continuidad del bloque de investidura. Recrear la amenaza, exagerar sus dimensiones y su ánimo diabólico forma parte de una estrategia que, en el fondo, procura un país sin alternancias. Un país de izquierdas para siempre.
El Sanchismo 2024 parece aspirar a la gestación de una democracia militante, a través de un Estado militante promovido desde un Gobierno militante liderado por un Presidente militante. Se trata más de un fenómeno reactivo que de un pensamiento político esbozado siquiera por un grupo de dirigentes. Aunque puede ir tomando cuerpo siempre que los impulsos militantes ofrezcan resultados positivos al socialismo de Sánchez y a algunos de sus aliados. La política discurre, inevitablemente, como una dinámica de prueba y error. Aunque la primera pocas veces es deliberada, y el segundo pocas veces es admitido. La inercia sanchista puede tender a imaginarse eterna. Solo que si la ensoñación de un país sin alternancias yerra, la resultante podría acabar eternizando a la derecha en el poder. Casi seis años después de gobernar con la flexibilidad requerida por la fragmentación parlamentaria, resultaría cuando menos incongruente aspirar a un Estado militante. Pero, sobre todo, sería un error insostenible.