Si las encuestas se cumplen, Salvador Illa será el candidato más votado en las elecciones catalanas de este domingo. Desde la distancia geográfica desde la que a veces se ven mejor las cosas, veo a Illa como una especie de media ponderada de lo que es hoy en día el catalán medio y, a su vez, una suerte de versión posmoderna pero decadente del seny catalán, lo cual no es necesariamente algo bueno sino, en este caso concreto, todo lo contrario: de hecho, que Illa sea el punto medio significa que están ganando la batalla política los nacionalistas, gracias al apoyo expreso durante décadas de quienes, sin supuestamente serlo, se han comportado como si lo fueran, por mucho que se presenten como socialistas y de izquierdas.
Salvador Illa es favorable a la concesión de más autogobierno a su comunidad autónoma, defensor del Estado confederal asimétrico que privilegie a Cataluña a costa de los restantes ciudadanos españoles, partidario de un pacto fiscal que reduzca la aportación económica de Cataluña al conjunto del Estado, defensor de la concesión de la amnistía a los políticos corruptos y sediciosos pero con mando en plaza y los votos que necesitaba Sánchez… y defensor de la inmersión lingüística que impide que se pueda estudiar en español en una parte de España, lo cual perjudica especialmente a los inmigrantes y a los ciudadanos más vulnerables. Ahí es nada. Se dice políticamente de izquierdas, aunque todo lo anterior demuestra que algunos no distinguen su mano derecha de su mano izquierda. Es probable que no haya mayoría independentista ni declaración unilateral de independencia tras el 12M, pero las metas volante del nacionalismo se van rebasando, condicionándolo todo y sumiendo a los constitucionalistas, a pesar del presumible ascenso del PP de Alejandro Fernández, en la irrelevancia.
Si las encuestas se cumplen, los genuinamente independentistas no alcanzarán la mayoría absoluta, por lo que las opciones de que Puigdemont sea investido se reducen bastante. Y si Puigdemont no es investido president, las opciones de que rompa definitivamente con Sánchez se multiplican, por lo que Sánchez, además de reflexionar sobre su futuro político, es posible que tenga que convocar elecciones generales, salvo que prefiera seguir arrastrándose por el fango incluso más de lo que lo ha hecho hasta ahora. Es probable que Puigdemont no sea investido incluso aunque los independentistas lograran la mayoría absoluta, dado que ERC se ha comprometido a no participar en ningún pacto que incluya a Alianza Catalana, esa escisión que le ha salido a Junts por su derecha, para que nos hagamos una idea de lo extrema derecha que puede llegar a ser la extrema derecha. Salvo que Puigdemont retorne estos días a Cataluña como golpe de efecto, es improbable que gane, por lo que la opción más viable es que Illa sea investido por y gobierne con ERC y Comuns–Sumar, si no es a continuación de las elecciones del domingo, a continuación de las elecciones repetidas que se convoquen si tras las primeras se produce un bloqueo. O sea, más nacionalismo y más desigualdad para todos, aunque sin procés propiamente dicho.
Los que vamos a tener que salir a la calle a exigir que se respete nuestro derecho a decidir vamos a ser los ciudadanos españoles, si es que quedan
Si las encuestas se cumplen, el ochenta por ciento de los diputados en el nuevo Parlamento de Cataluña serán independentistas, nacionalistas o favorables al reconocimiento nacional de Cataluña, la última ocurrencia de Zapatero, responsable de muchos de los males que padecemos desde que en 2004 adentró al PSOE en la senda populista. Pablo Iglesias Turrión en el PSOE actual sería un moderado. Zapatero ha dicho que «en el Estado democrático de esta España cabe el reconocimiento nacional de todo lo que representa Cataluña». A este paso, el que va a tener que aspirar a gobernarse va a ser el Gobierno de España, vaciado de las competencias que se han ido transfiriendo irresponsablemente a las comunidades autónomas, y los que vamos a tener que salir a la calle a exigir que se respete nuestro derecho a decidir vamos a ser los ciudadanos españoles, si es que quedan.
Lo de Zapatero no es una descripción analítica de los hechos sino una propuesta política sacada de la manga, dispuesto siempre a asumir todas y cada una de las reivindicaciones de los separatistas sin otra argumentación que el hecho de que es una reivindicación nacionalista. Por caber, claro que cabe todo en la España de Pedro Sánchez y ese es precisamente el problema; la cuestión no es imaginar qué más puede caber sino cuánto más va a ceder, y, de paso, saber cuál es el proyecto político del PSOE y su modelo territorial para España. Esta última es una pregunta retórica porque la respuesta la tenemos: lo que vayan exigiendo los nacionalistas y le permita a Sánchez permanecer en la Moncloa. Y para Zapatero esto es progresismo, el culmen de todos los bulos.
Habrá quien celebre que los nacionalistas no alcancen la mayoría absoluta, como un nuevo mal menor de los muchos a los que nos vamos acostumbrando, y es que el que no se consuela es porque no quiere, aunque vayamos cavando nuestra propia tumba política. El problema es que la única forma de que los nacionalistas, hoy ya todos independentistas, no la alcancen, ha sido la de convertir al PSC en uno más de entre los nacionalistas. Es la particular forma que tienen algunos de engañarse: confundirse con el paisaje y el rebaño.
Cuando me presentaron para las elecciones vascas en 2009, dije que «soy donostiarra, y ni a mucha ni a poca honra, simplemente nací allí». No sé qué diría el consultor político de turno ante semejante desbarre, pero se va más lejos con la verdad por delante
incluso Feijóo ha destacado la catalanidad de Dolors Montserrat, candidata a las elecciones europeas, a quien presentó como «triple catalana», sin que nadie sepa cómo se puede ser tres veces una misma cosa. En lugar de resaltar sus virtudes, señala justo aquello que no depende de ella. Cuando me presentaron para las elecciones vascas en 2009, dije que «soy donostiarra, y ni a mucha ni a poca honra, simplemente nací allí». No sé qué diría el consultor político de turno ante semejante desbarre, pero se va más lejos con la verdad por delante, aunque la actualidad política nos confirme justo lo contrario. Y es que el lugar de nacimiento no es mérito sino accidente. El problema de decir de alguien que es muy catalán, muy vasco o muy español es que siempre hay quien se lo cree y, tras identificar a quienes supuestamente no lo son o lo son menos, toma nota y actúa en consecuencia. Y, de paso, asumes el marco nacionalista, según el cual unos son más ciudadanos que otros en función de su lugar de nacimiento, apetencias lingüísticas, gustos culturales u opciones políticas. Y si asumes el marco, estás perdido.
En Cataluña se decide la gobernabilidad de la comunidad autónoma y la viabilidad del Gobierno de España. Y las opciones son varias: pacto entre independentistas con Puigdemont de presidente y el inicio de un nuevo proceso rupturista con consecuencias imprevisibles; pacto del PSC con alguno de los partidos independentistas y las huestes de Yolanda Díaz, lo que pondría en apuros políticos a Pedro Sánchez; o repetición electoral para salvar un posible bloqueo. Y vuelta a empezar. Y, aunque parezca difícil, todo puede empeorar.