Olatz Barriuso-El Correo

Dejando cabida a la sorpresa de que Puigdemont, a la chita callando, logre hacerse con el voto útil del independentismo irredento y, gracias a un sistema electoral que bonifica a las provincias más nacionalistas (Girona y Lleida), pueda empatar o aventajar en escaños al PSC, caben pocas dudas de que el 12-M marcará el arranque de un nuevo tiempo en Cataluña.

Un nuevo tiempo que, al margen de la trabajosa gobernabilidad posterior, vendrá definido por notables cambios en la correlación de fuerzas, empezando por el vuelco que supondría el fin de la mayoría independentista. Que las fuerzas ‘de obediencia española’ (utilizando la nada inocente y tramposa terminología de Junts para defender al Banco Sabadell frente a la opa hostil del BBVA) sumaran más porcentaje de voto que las soberanistas marcaría un fin de ciclo y legitimaría la política del ibuprofeno de Pedro Sánchez: indultos y amnistía para desinflamar Cataluña. Que apenas se haya hablado de la ley más polémica de la legislatura durante la campaña da idea no sólo de cómo se ha amortizado la amnistía, sino del vacío que sus rivales han hecho a Puigdemont para no darle alas mientras el inefable expresident ha sacado a relucir hasta la cal viva de los GAL.

La polarización entre Illa y Puigdemont, que puede hacer mucho daño a una desnortada ERC, es también la disyuntiva entre la descarada apelación al catalanismo moderado del candidato socialista -que se ha fotografiado con Miquel Roca i Junyent y ha recabado el apoyo de exconsellers de CDC como Miquel Samper y Santi Vila- y la acumulación de fuerzas contra España que defiende el expresident. Que la ultraderecha, la españolista de Vox y la independentista a ultranza de la alcaldesa de Ripoll, pueda sumar más escaños que en ningún otro Parlamento autonómico da idea de la complejísima fotografía que pueden arrojar las urnas este domingo.

Y será ERC, a buen seguro, quien tenga en sus manos el pulsador de la gobernabilidad o el bloqueo en esa Cataluña postprocés en la que, más que el reseteo del desafío soberanista, se juega empezar a hablar en serio de la gestión de la sequía, la educación o los impuestos. Sin embargo, las inercias son poderosas y el vértigo podría ser más fuerte que la constatación de que se ha pasado página. Por eso, la repetición electoral es, más que una hipótesis, una posibilidad con muchas papeletas para materializarse. Para empezar porque, aunque la irrupción de Aliança Catalana podría dar una coartada a ERC para apoyar un nuevo tripartito, las presiones del sector duro de los republicanos para seguir disputando a Junts el liderazgo del independentismo, aunque los números digan lo contrario, serán fuertes. Y frenar un gobierno en minoría de Illa sería argumento más que suficiente. El PSC volvería a las urnas con el argumento de haberse presentado a una investidura entorpecida por el resto (aunque Sánchez seguiría sin Presupuestos en Madrid). Y Puigdemont podría, quizá, hacer campaña en Cataluña, ya sin ‘fanzone’ y ‘foodtrucks’ en el sur de Francia. Un bloqueo tan frustrante como probable.