Javier Zarzalejos-El Correo

  • España no solo ha perdido convergencia económica con la UE, sino también política por su rumbo errático e imprevisible

Después de que las elecciones vascas y las catalanas de mañana nos hayan metido de lleno en las interioridades tantas veces extravagantes de la política española, los ciudadanos y los políticos tendrán -tendremos- que abrir el foco para situarnos en otros debates, los europeos, que son mucho más relevantes para nuestro futuro.

Puede resultar casi cómico que parte de la campaña catalana se haya desarrollado en Perpiñán y que un prófugo cuya inmunidad fue levantada por el Parlamento Europeo opte a la presidencia del Gobierno de Cataluña. Es desolador que desde Junts se maneje la lógica de que si ellos han hecho a Sánchez presidente sin que el PSOE ganara las elecciones, ahora toca corresponder a los socialistas y hacer presidente a Puigdemont, aunque la suya tampoco sea la primera fuerza política en Cataluña. Desolador, pero coherente con el convoluto político de una arquitectura de Gobierno imposible.

Aquí la campaña entró en ebullición cuando los socialistas vascos se acordaron -¡esa memoria!- de que Bildu no ha condenado el terrorismo y nos encontramos con el candidato socialista declarando que tanto dolor del que fueron parte los de Bildu no podía salirles gratis. Durante un día, pero ni un minuto más, para la portavoz del Gobierno socialista Bildu fue «incompatible con la democracia». Bien es verdad que ni ha habido precio alguno que Bildu haya pagado ni consecuencia real de esa incompatibilidad con la democracia que se declaraba desde el Gobierno central. Si a lo anterior se añade el episodio de la supuesta reflexión de Sánchez sobre su futuro, el espectáculo en la calle Ferraz y una ministra del Gobierno instando a arrojar a los israelíes al mar, el conjunto es tan kafkiano como deprimente.

España no solo ha perdido convergencia económica con la Unión Europea, sino también convergencia política. No es que no haya problemas en la Europa de la que formamos parte. Los hay y graves, pero esta sucesión de rarezas, por decirlo de una manera suave, nos marcan, nos sitúan como un país en un rumbo errático, de gobernabilidad más que problemática y, de nuevo, imprevisible. Quienes en Europa nos dieron su apoyo frente a la intentona secesionista de Puigdemont y compañía tienen derecho a preguntarse qué ha pasado para que quien huyó de la Justicia española sea ahora la clave del Gobierno español. O que, después de que la Justicia española haya llevado a cabo una persistente labor para asegurar el enjuiciamiento de los responsables del ‘procés’, una amnistía inédita en Europa y cuestionada seriamente por la Comisión de Venecia pretenda borrar esas responsabilidades.

Afrontamos unas elecciones al Parlamento Europeo que, además, determinarán una nueva Comisión que, a su vez, registrará el cambio en los equilibrios de fuerzas con nuevos gobiernos de centro-derecha en Polonia y Portugal y la coalición de Meloni con Forza Italia. Si hay algo nuevo en estas elecciones es la relevancia innegable que la Unión ha adquirido. Para empezar, el desastre del Brexit ha empezado a poner las cosas en su sitio frente a los discursos demagógicos de los nacionalistas de la derecha identitaria. Sabemos que la pandemia habría sido muy distinta sin la intervención eficaz de la Unión para impulsar la consecución de la vacuna y asegurar su distribución. Lo mismo con las consecuencias económicas y sociales en economías que fueron sostenidas por dinero europeo para evitar su colapso y que ahora pueden contar con un recurso inédito al endeudamiento de la Unión para poner a disposición de las economías mas vulnerables cantidades ingentes de financiación ¿Dónde estaría Europa ante la agresión rusa a Ucrania y con Estados Unidos en repliegue? Si no existiera la Unión Europea, nos encontraríamos en la situación más precaria que haya podido vivir el continente desde la Segunda Guerra Mundial.

Si estas elecciones que se aproximan nos impulsaran a cambiar la óptica miope y abrir la mirada a una realidad más amplia, más exigente y más comprometida como es el futuro de la Unión Europea que todos compartimos habríamos dado un gran paso. Pero no va ser nada fácil rescatar la política española de ese terreno pantanoso al que le han llevado las alianzas imposibles, la ola populista, el cesarismo en la cabeza del Gobierno, la fuerza centrífuga y el poder extractivo de los nacionalismos, la política concebida exclusivamente en clave de poder personal como combate entre enemigos, la apropiación de lo público y la anemia institucional. Y así estamos, de vuelta a ese objetivo del que nos hemos ido alejando: hacer que España sea un país normal en Europa y no una rareza política incomprensible y errática.