Francisco Sosa Wagner-Vozpópuli

Se llama Marja Schreiner y era, hasta hace poco, una autoridad en la ciudad de Berlín. A esta mujer le ha ocurrido que, en su día, escribió una tesis doctoral, le dieron el visto bueno en la Universidad, y a partir de ese momento, andaba tan tiesa por la vida porque la llamaban en la peluquería y en las sesiones parlamentarias “Frau Doktor”.

Pero el diablo no descansa y algún tipo esquinado, que no podía soportarla, se estudió su tesis –que ya son ganas- y descubrió que la mitad estaba plagiada. Resultado: le han anulado su título y ha tenido que abandonar el cargo. Una pena porque lo lucía mucho.

Esto en España no sucede. ¿A qué lo debemos? Nadie lo sabe por más tesis doctorales que se han hecho para contestar a esta pregunta. Lo cierto es que nosotros entendemos el plagio como un homenaje al pasado, lo que no es tradición es plagio, dejó escrito Eugenio D´Ors, y esta afirmación suya la repetimos los plumillas porque no se nos ocurre nada mejor y porque además, dentro de su endiablada formulación, tiene su intríngulis y queda bien.

Una piratería frígida

El plagio tiene algo de piratería. Ser pirata era algo terrible, recordemos a aquellos holandeses, siempre atravesando mares y océanos, desvalijando barcos españoles, e incluso matando a los marineros esforzados y con escorbuto.

El plagio es una bendición porque es una piratería frígida.

Entre nosotros, se ha acusado incluso al presidente del Gobierno de haber plagiado una parte sustancial de su tesis doctoral. ¿Debemos zaherirle por eso? En absoluto, primero porque, para ser presidente del gobierno, maldita la falta que hace ostentar el título de “doctor”, ahí está don Francisco Largo Caballero como ejemplo imperecedero. Además, porque la prudencia aconsejaba a nuestro prócer, para abordar ese momento creativo, plagiar con desenvoltura porque, si hubiera aportado a su trabajo tan solo ingredientes propios, es de temer que le hubiera salido un churro monumental.

Con el plagio le salió algo aseado. Que nadie ha leído por supuesto pero es que no estamos los españoles, con el fango hasta el cuello, para meternos en lecturas abstrusas.

El problema es que el ejemplo, al venir de tan alta autoridad, se generalice entre la juventud.

Y tengamos que ver a las parejas, no en un concierto de rock o en una quedada, sino plagiando juntos.

-Tú plagias a Kierkegaard que, por lo intrincado, no se nota – le dice Hugo Anselmo a Nadia Yolanda.

-Y tú a Pablo Neruda y así te desahogas por lo lírico.

Este es el verdadero peligro. El momento en que los jóvenes entre ellos ya no digan:

-¿Salimos?

Sino

-¿Plagiamos?

Ahí es donde yo veo la necesidad de vigilar la proliferación del plagio.

Porque lo otro, lo de la dimisión del político plagiador, eso queda para países septentrionales, para tierras devastadas por la herejía, para cultivadores de los escrúpulos, gentes que no saben ver el arte en la engañifa ni la suprema magia del facsímil.