EMILIO CONTRERAS-EL DEBATE
  • Asistimos a un intento de demolición del único paréntesis de paz civil, libertad y progreso que ha conocido España desde hace 200 años. La Transición no fue Jauja, pero es lo mejor que nos ha pasado en siglos hasta que llegaron Zapatero y Sánchez
La imagen más preocupante de la deriva política de nuestro país la blandió a los cuatros vientos Pedro Sánchez el 4 de abril cuando visitó el Valle de los Caídos y lo vimos ante una mesa llena de huesos de españoles muertos en una Guerra Civil que empezó hace casi un siglo. Las fotos fueron distribuidas por los servicios de la Presidencia del Gobierno en un claro intento de recuperar los rencores de otros tiempos como instrumento de su estrategia política.
Nunca, desde que se recuperó la democracia en 1977, se habían removido los huesos de aquellos muertos con tanto descaro partidista, algo irresponsablemente grave viniendo de donde venimos. Porque entre 1834 y 1936 España tuvo siete Constituciones, decenas de pronunciamientos militares y cuatro guerras civiles. Éramos un país atrasado cuya poca riqueza estaba injustamente distribuida. Tras casi cuarenta años de dictadura, los españoles se reconciliaron y decidieron mirar hacia atrás sin ira. Se legalizaron todos los partidos y sindicatos, se recuperaron las libertades y se dieron indemnizaciones y compensaciones por los sufrimientos y las muertes en ambos bandos de la Guerra Civil. España fue devuelta a los españoles, que decidieron soberanamente dotarse de la única Constitución de todos y para todos desde 1812, y nos integramos en los grandes organismos internacionales como la UE o la OTAN. Esa paz civil y esa apertura al mundo nos han permitido alcanzar el mayor nivel de vida, de protección social y de libertad de nuestra historia. La Transición no fue Jauja, pero es lo mejor que nos ha pasado en siglos.
Todo parecía por fin encarrilado. Había estabilidad política, paz social y progreso económico. Pero llegó la crisis devastadora de 2008 que se llevó por delante casi 250.000 empresas y dejó 6,2 millones de parados. Ese fue el terreno abonado para debilitar los cimientos del orden constitucional. Tuvimos la mala suerte de que la crisis económica y social coincidiera con el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Porque con él llegó la confrontación, la polarización y el intento de desmontar los cimientos de la Transición en la que nunca ha creído. Y trató de canalizar el descontento social hacia el revanchismo. Él preparó el terreno a lo que vendría pocos años después cuando Pedro Sánchez llegó a la Presidencia del gobierno en 2018.
Aunque la crisis económica y la crisis social ya habían pasado, se hizo un esfuerzo para que continuara la crisis política con el fin de crear tensión y radicalizar y movilizar a los votantes de izquierda. Es una evidencia innegable que desde su llegada al poder asistimos a un proceso de descalificación de los valores de la Transición –la reconciliación y el consenso se están sustituyendo por el muro– y de desmontaje por la puerta de atrás del orden constitucional de 1978.
Se rechazó un pacto de Estado, aunque fuera de mínimos, entre PSOE y PP para asegurar la estabilidad gubernamental, como acaba de acordarse en Portugal. El presidente se ha entregado a partidos radicales y separatistas, y está cediendo a todas sus exigencias a cambio de que lo mantengan en el poder.
Pero lo más preocupante de la actual situación es que si Zapatero lo hizo por ideología, Pedro Sánchez lo hace sólo por cálculo y conveniencia para mantenerse en el poder sin marcar un límite ideológico o programático; y cuando lo marca, lo incumple. El presidente está generando un enfrentamiento que no existía en una España reconciliada, y empieza a calar en una parte de la ciudadanía. Esa actitud le está llevando a una cesión inimaginable hace sólo tres años, como la amnistía a los golpistas y el referéndum que se ve venir en Cataluña. Estamos asistiendo a un intento de demolición del único paréntesis de paz civil, libertad y progreso que ha conocido España desde hace dos siglos.
Se recurre a la demagogia para ocultar la mala gestión de los problemas reales de España. Por ejemplo, nadie habla de que este año el Estado pagará 40.000 millones solo de intereses de la deuda pública, ¡110 millones cada día! Ellos se dedican a resucitar gritos de la Guerra Civil como «No pasarán» que, por cierto, tan mala suerte trajo a la izquierda. En la campaña electoral catalana el presidente ha recuperado el eslogan «Sí se puede», con el que Podemos pasó de 71 diputados a cuatro; y ha tratado de encender a los suyos hablando de «los de arriba y los de abajo» y «los poderosos», mientras oculta que España tiene el doble de paro de la media europea, a pesar de ser la segunda economía que más crece de la UE. Oculta que ese incremento de riqueza se queda en «los de arriba» y no llega a «los de abajo» con el gobierno más a la izquierda en casi 50 años. Como también se oculta el desplome de la calidad de la educación en España –el peor dato desde el año 2000– según el último informe PISA.
¿Por qué hemos llegado a esto? Porque el PSOE se ha convertido por primera vez en 145 años en un instrumento de sumisión a un poder personal sin límites –no lo fue con Pablo Iglesias ni con Felipe González– y ha marginado la socialdemocracia con el silencio cómplice de la mayoría de sus dirigentes históricos, salvo excepciones como Felipe González, Alfonso Guerra y pocos más.
Quienes callan tienen la responsabilidad de que la sombra de Caín no vuelva a sobrevolar España.