ANTONIO R. NARANJO-EL DEBATE
  • Si Sánchez le debe el puesto a Puigdemont y Puigdemont se lo quitara si no le devuelve el favor, ¿alguien duda de verdad del desenlace?
Si Pedro Sánchez estuviera en la oposición o en su casa, que es donde debería estar tras los resultados de las elecciones generales del 23 de julio, hoy sería un buen día para Cataluña y para el resto de España.
Junts no ha ganado, ERC se ha desplomado, el secesionismo no tiene mayoría absoluta y los partidos supuestamente constitucionalistas, de todo el espectro ideológico, sumarían 74 escaños, seis más de los necesarios y suficientes para firmar una especie de «Pacto de Estado» de mínimos en el que, más allá de sus evidentes diferencias políticas, se antepusiera la necesidad de liberar a Cataluña del separatismo con un acuerdo de salvación constitucional con medidas regeneradoras en esa línea.
Pero Sánchez sigue ahí. Y llegó a la Presidencia comprándose literalmente el cargo con un apaño corrupto con quienes ahora, antes o después, le pasarán otra factura del «impuesto revolucionario» que le han ido girando, siempre con éxito, desde el pasado verano.
O me dejas gobernar o no gobiernas tú. Ése ha sido el mensaje de Puigdemont nada más terminar el escrutinio, a sabiendas de que la única alternativa que tiene Sánchez a ese órdago es rechazarlo, disolver las Cámaras y convocar Elecciones Generales anticipadas.
Por eso Puigdemont será presidente, como antes logró una amnistía, un cupo fiscal nuevo y probablemente un referéndum: los catalanes que votaron a Salvador Illa pensando que de esa manera enterrarían el «procés» sin abrir a continuación una guerra contra el independentismo no han visto, o no han querido ver, que la única urna decisiva es la que Sánchez pone en cada votación en el Congreso para que Puigdemont decida, con su pulgar, si el Gobierno del PSOE y Sumar avanza o se estrella contra su débil realidad numérica.
Los forofos del sanchismo, que son legión y no actúan por amor al arte, ya se han aprestado a decir que el líder socialista ha «enterrado el procés», en otro ejercicio de confusión nada inocente entre su deseo y la dura realidad.
Lo cierto es que si Illa intenta un Gobierno de «izquierdas» y margina a Puigdemont, Puigdemont acabará con Sánchez. Y lo cierto es que si Puigdemont acaba volviendo a encabezar la Generalidad, aunque sea en una situación precaria, el doble «procés» que vivimos seguirá viento en popa: uno en Cataluña hacia el separatismo, y otro en España para facilitarlo, deformando los límites de la Constitución y cociendo poco a poco un régimen nuevo impuesto por la puerta de atrás.
Que más de la mitad de los catalanes se haya quedado en casa o en la playa con tanto en juego con tantas repercusiones, facilita el enésimo apaño: si nada les preocupa a ellos, nada frenará a quienes han hecho de la obtención y conservación del poder su única brújula.
Puigdemont será presidente, en fin, porque Sánchez no está dispuesto a dejar de serlo e Illa es una marioneta cuyos hilos se mueven en Madrid al antojo y por las necesidades de un engañabobos con el número justo de clientes para satisfacer siempre su inane codicia.
Si nada ha hecho digno Sánchez desde que tenemos uso de razón y siempre ha antepuesto sus ambiciones a los intereses colectivos, ¿quién puede sostener ahora, sin bajar la mirada, que hará lo decente y mandará a paseo al separatismo que le ha convertido en quien es, aunque sea a costa de inmolarse para siempre?