IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Lambán está en esos últimos tramos del camino en que un hombre digno considera que ya sólo se debe lealtad a sí mismo

Si los diputados del PSOE que están en contra de la amnistía se ausentaran como Javier Lambán en el Senado, la ley no saldría aprobada en el Congreso. Asistirán y votarán con la nariz tapada cuando llegue el momento por no dejar caer a su propio Gobierno, en virtud (?) de un ‘patriotismo de partido’ que sólo puede entenderse desde dentro y que acaso tenga menos que ver con las ideas que con los sentimientos. Son como esos aficionados futbolísticos disconformes con la propiedad del club, con el entrenador o con sus directivos, y que sin embargo acuden al estadio cada domingo para animar a su equipo. Toda militancia incluye una vocación de disciplina y lealtad a un proyecto, un sentido del compromiso que los demás solemos ver como una manifestación de sectarismo. Y lo es, en términos objetivos. Pero así funciona el sistema político.

Lambán está en esos últimos tramos del camino en que un hombre considera que ya sólo se debe fidelidad a sí mismo. Lleva años luchando contra la esclerosis y un triple cáncer de colon, próstata e hígado que no le ha impedido mantener sus obligaciones institucionales a machamartillo. («Con gran firmeza y convicción», DRAE). Recientemente ha publicado unas memorias implacables con el liderazgo de Sánchez, escritas con un espíritu reflexivo que le lleva a preguntarse si España lleva rumbo de convertirse en un Estado fallido. Lo que no va a hacer es extremar su disidencia al punto de apostatar de los ideales que ha defendido con la misma o mayor legitimidad que ciertos dirigentes advenedizos.

La carta en la que explica su decisión de ausentarse de la votación sobre la amnistía podría –y debería– firmarla cualquier constitucionalista. Un diagnóstico claro, una evaluación fría, contundente y precisa sobre la desigualdad ante la ley, la quiebra de la separación de poderes y la indefensión jurídica de la nación ante otro eventual desafío separatista. Nada que no se sepa, ciertamente; la relevancia de la crítica proviene del ejercicio de autonomía moral y de libertad individual formulado desde el seno socialista. De la voluntad explícita de no subordinar los propios principios a la necesidad coyuntural de apretar filas.

Por supuesto, no servirá de nada este aldabonazo. Apenas levantará un leve malestar orgánico y un pasajero resquemor de conciencia en algunos compañeros incapaces de dar ese sencillo paso. No habrá más fugas; los votos necesarios están bien amarrados. El Gobierno y su grupo parlamentario cumplirán con Puigdemont para dejar su estabilidad a salvo. Los discrepantes secretos se taparán la nariz, apretarán el botón con la otra mano y luego aplaudirán el resultado fingiendo máximo entusiasmo. Si alguno se cruza con Lambán tal vez le dé un abrazo o le dirija una mirada de respeto. Esa clase de gestos de autoindulgencia con que la culpa espanta los remordimientos al verse reflejada en un incómodo espejo.