La inaceptable conducta de Milei y la oportunidad perdida del PP

EDITORIAL-El Español

Ha hecho lo correcto el Gobierno al llamar a consultas a la embajadora española en Buenos Aires en respuesta a las inaceptables calumnias que Javier Milei ha vertido sobre el presidente del Gobierno español en el acto Viva 2024 de Vox. No le falta razón a José Manuel Albares al señalar, según ha hecho en su comparecencia institucional de este domingo, que las «gravísimas palabras» de Milei «no tienen precedentes en la historia de las relaciones internacionales».

Porque es legítimo que jefes de Estado y Gobierno participen en actos políticos de partidos y líderes afines de otros países, para criticar las ideas de sus adversarios, incluso con dureza. Se trata de una práctica habitual que se remonta por lo menos a los tiempos de la Internacional Socialista del alemán Willy Brandt y el sueco Olof Palme, que dieron su apoyo a Felipe GonzálezNicolas Sarkozy participó junto a José María Aznar en eventos organizados por FAES. Y, hace menos de una semana, el presidente del Partido Popular Europeo, Manfred Weber, intervino en un acto de campaña del PP.

Lo que nunca había ocurrido es que un jefe de un Estado extranjero, que ha sido recibido en España (y que en consecuencia habrá recibido la correspondiente cobertura logística y de seguridad para sus movimientos), aproveche su estancia no para criticar ni atacar a un rival político, sino para insultar a la esposa de su homólogo. Y hacerlo, además, sin ninguna base para llamarla «corrupta» ni para atribuirle un delito.

El presidente argentino no sólo ha acusado a Sánchez de «ensuciarse y tomarse cinco días para pensarlo», presentando al presidente español, aún en términos ambiguos, como cómplice de un acto de malversación. También lo ha incluido entre los ejemplos de la «calaña de gente atornillada al poder» que, a su juicio, produce el «socialismo». Ha querido trazar una suerte de analogía bastarda entre Begoña Gómez y Cristina Kirchner.

La reiterada equiparación de Milei del socialismo democrático con el comunismo totalitario, fruto de la ignorancia o del fanatismo, merecería todo un análisis aparte. Y lo mismo cabe decir de sus esotéricas opiniones acerca de la existencia misma del Estado o de la moralidad de la justicia social. Pero aun tratándose de planteamientos abominables, la posibilidad de defenderlos en un foro como el de la internacional ultraderechista de Vox entra dentro de las exigencias del pluralismo democrático.

Lo que cae fuera del ámbito de lo aceptable es que se insulte o se impute una conducta delictiva a la mujer del presidente de una nación soberana, y a él por extensión. Así como la intromisión intolerable en los asuntos de la política interna española que supone tomar los cinco días de «reflexión» de Sánchez para apoyar sus insidias.

Por eso, acierta el Gobierno al demandar del Ejecutivo argentino una disculpa pública, y al amenazar con tomar las medidas oportunas en caso de que esta no se produzca. No cabe despachar las injurias de Milei como un mero ataque personal, en la medida en que Sánchez ostenta la representación institucional que le concede su condición de gobernante de una nación democrática.

De ahí que no se entienda que el PP haya perdido una oportunidad magnífica de expresar su solidaridad con el presidente español ante el ataque en nuestro propio país de un jefe de Estado extranjero. Algo compatible con todas las recriminaciones que el PP ha coleccionado en su comunicado de este domingo. Pues es innegable la incongruencia por parte del Gobierno de pedir ahora apoyo a la oposición después de haberla dejado al margen de algunas de las decisiones de política exterior más relevantes.

Pero todas ellas no son más que consideraciones de política chica. El sentido de Estado permite aunar el reproche de esas salvedades con la condena de los insultos de Milei y la expresión de repudio al ataque que ha sufrido nuestro país a través de su presidente. Esto habría engrandecido al PP, que no ha aprovechado la ocasión para demostrar que es capaz de estar por encima de la mezquindad imperante en nuestra vida política.