ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ-EL DEBATE
  • El líder del PP tenía dos alternativas: o centrar la campaña en la política europea o proponer a los españoles un pulso: o Pedro Sánchez o él. Ha escogido el pulso
Soy poco aficionado al fútbol, así que sigo la final de Champions en los ojos de mi padre y de mi hijo. Mi impresión es que la pasión a los colores –aunque sea el blanco– es lo que más color pone a la final. Los ocasionales lances del partido se comentan desde el acérrimo partidismo. Y pienso en lo mío: en la campaña de las europeas y en la encrucijada de Feijóo.
El líder del PP tenía dos alternativas: o centrar la campaña en la política europea y en los problemas muy graves –economía industrial, pirámide demográfica, agricultura, emigración, geopolítica…– que tiene planteado nuestro viejo continente o proponer a los españoles un pulso: o Pedro Sánchez o él. Ha escogido el pulso.
No parece mala elección, a primera vista. Porque Sánchez, entre las cosas de la amnistía y los casos de Begoña, parecía llegar muy debilitado. Además, Feijóo tiene un problema de contenido en Europa, porque el PP ha votado casi todo con el PSOE y ha apoyado en todas las ocasiones la política de Ursula von der Leyen, que es su líder última europea, aunque penosa para los intereses españoles. A Feijóo centrarse en Europa implicaba que le sacasen los colores más de una vez.
La opción, por tanto, de volcarse en la política nacional y la crítica a Sánchez, sobre el papel, era buena; pero mi impresión es que se está complicando. La primera razón es la que he visto en los ojos madridistas de mi padre y de mi hijo. Para los que sienten los colores socialistas, aunque concretamente Sánchez les dé rabia o vergüenza, una vez que se plantea el lance como un choque entre dos escudos, baja muchísimo la autocrítica y crece exponencialmente la crítica al contrario. Caballeros ecuánimes en las más complicadas tesituras de la vida pueden llegar a protestar faltas que uno ha visto claramente que lo son y viceversa. Esa actitud futbolera, por desgracia, la vemos mucho en política española, a pesar de que nos jugamos más que una Champions.
Otro problema sobrevenido de Feijóo es que no termina de comerse a la base electoral de Vox, a la que le tiene muchísimas ganas. Ni se la come ante de las elecciones ni se la suma después, porque, para intentar morder a Vox, lo ataca tanto que, luego, a la hora de las cuentas en la noche electoral, nadie considera los votos de Vox como votos auxiliares del PP, sino como todo lo contrario. Resultan votos resistentes a los cantos de sirena de Sémper, Cuca y Feijóo.
De modo que el líder del PP se queda sólo en su pulso con un Sánchez que, en teoría debería llegar medio muerto. Si no le saca muchos puntos de diferencia, su electorado y, en general, la opinión pública va a empezar a considerarlo un fracaso personal de Feijóo. Bastaría que Ayuso levantase una ceja para que se la percibiese como el emperador romano que en el circo apunta con el pulgar hacia abajo.
Como todavía queda una semana, Feijóo tendría que escaparse de su «o, o», o, como dicen los latinos y los lógicos, de su aut, aut. ¿Cómo? Empezando a dejar caer que moralmente él sumará el porcentaje de Vox a la idea de una gran corriente de rechazo a Sánchez. Y así, tendrá otras cuentas que presentar, sin que le pongan peros por la izquierda y por la derecha. Si sigue apostando por el centro de sí mismo y la equidistancia, la moneda del narcisismo le puede salir no cara, sino cruz. O canto.
Lo lógico y lo justo sería que Pedro Sánchez, en efecto, se hundiese en las elecciones y que la apuesta de Feijóo de barrerle saliese bien. Pero en la política hay que tener en cuenta que no pasa ni lo deseable ni lo justo. Uno puede quedar como Cagancho en Almagro, a pesar de las mejores estrategias de salón. Ya le ha pasado antes.