José Ignacio Eguizábal-El Diario Montañés

La convivencia en nuestro país está envenenada porque desde hace tiempo ha sido sometida a dos doctrinas letales para la vida en común: el marxismo y el nacionalismo. No debería sorprendernos.  El marxismo se propuso –como se sabe- no solo interpretar la realidad sino transformarla y lo hizo en base a una discordia radical: explotador y explotado. O en el lenguaje de Hegel que después como siempre hizo suyo Marx: el amo y el esclavo. La raíz del trabajo está esencialmente dañada y la concordia solo llegará con la eliminación completa de los explotadores. El beneficio es sospechoso como la propiedad porque esa relación es radicalmente injusta. El trabajo en la sociedad capitalista  es sinónimo de explotación. La clase explotadora debe desaparecer.

La izquierda en su raíz marxista descree radicalmente del estado (burgués) y lo usa para acabar con él y ponerlo a su servicio. Ni el derecho ni la propiedad ni la libertad son bienes a mantener sino instrumentos de la clase dominante. La democracia liberal está basada en la división de poderes, así que el marxismo  tomará el poder judicial y lo hará suyo,  un instrumento más para llegar a la sociedad sin explotación, sin clases.

Caído el Muro se retoma el neo marxismo que Marcuse propuso en las universidades americanas (1967); en vez de la burguesía que explota al proletario, el hombre blanco frente al de color, el varón contra la mujer, la empresa contra la naturaleza. La raíz, siempre, económica. En nuestros pagos, desde la transición la izquierda añade una guinda entre tenebrosa y estúpida: los nacionalismos periféricos son la minoría a proteger. El doctor eleva otro Muro con bolivarianos, nacionalistas de todo pelaje donde caben hasta Hamas y los hutíes; al otro lado, la mayoría de los ciudadanos.

Cuesta pensar que una filosofía realmente diabólica y criminal en sus efectos siga presentando respetabilidad. Sorprende que no se le juzgue por sus efectos siempre letales sino por sus intenciones: la ironía macabra de la justicia universal. Un supremacismo moral resultado tal vez de funcionar como una religión laica.  Una convivencia imposible. La tierra prometida sigue siendo la irredenta Cuba y el camino el Grupo de Puebla donde nuestro presidente ha anidado ya.

La discordia radical que constituye a la izquierda presenta en nuestro caso un matiz de especial dramatismo  porque conecta con la guerra civil envenenando su memoria. Nadie debería acercarse a aquellos sucesos sin la égida sagrada del último Azaña: Paz, piedad y perdón. Quien desee saber qué fue realmente el Frente Popular y en qué se había convertido la República quizá desde 1934 que lea los diarios de Azaña. Por ejemplo la conversación con Sánchez Albornoz, el 19 de agosto de 1937: “La guerra está perdida, absolutamente perdida, pero, si por milagro se ganase, en el primer barco que saliera de España tendríamos que embarcar los republicanos, si nos dejaban”  Pues bien, la izquierda vuelve allí para faltar a la verdad,  enfrentarnos de nuevo y burlar por la espalda el gran edificio de la reconciliación: la Constitución de 1978. Las derechas son –todo el mundo lo sabe- herederas de Franco. Goebels no lo hubiera hecho mejor. La puntilla macabra es que la ley de memoria democrática, heredera de la putrefacción de la ley de memoria histórica, la ha redactado el brazo político de la banda.

Si a ese gravísima inmoralidad añadimos la monstruosidad legal que supone la ley de Amnistía -redactada por los golpistas que la exigen- nada menos que deslegitimar completamente el sistema democrático y que para burla de propios y extraños el gobierno y el partido socialista negaron siempre, la decadencia moral de la izquierda que arrastra al país entero parece que no puede descender más y todo por siete votos de un golpista que necesita el mandarín para seguir en el gobierno.

La otra pata de la discordia la constituye el  nacionalismo que siembra esa enemistad radical entre “los nuestros”, dueños de “esta tierra” que hablan solo el idioma que los define (catalán, euskera o gallego) y el  otro, el invasor, el charnego o el maketo que habla español. Quien no se adapte en el reconocimiento del amo…o se va…..o se le mata. La juventud vasca no sabe ya quien fue Miguel Ángel Blanco. Mucho  menos que su féretro tuvo que ser enviado al pueblo natal de su madre por las continuas profanaciones de la rama asesina del nacionalismo que lo asesinó.

Los nacionalistas catalanes pisotean la ley con alegría y el favor del gobierno. Para ellos indultos y amnistías. Las sociedades vasca y catalana  están enfermas, urge tenerlo en cuenta. Asesinados, extorsionados, expulsados……imposible si la matriz nacionalista no lo propiciara.    Si a eso añadimos que el brazo político de la banda no ha condenado el terrorismo y que fue admitida de nuevo en el Parlamento merced a una brutal manipulación del poder judicial realizado por la izquierda podemos observar una imagen de la obscena inmoralidad que padecemos. Nuestra democracia no ha atravesado  un momento de mayor degradación moral que este. Es verdad que el nacionalismo siempre ha recogido las nueces pero la izquierda  hasta que llegó Zapatero se enfrentó  al terrorismo.  Con él, sin embargo,  no se trató ya de acabar con la banda sino de negociar su desarme y, sobre todo, consentir su retorno al parlamento sin condenar el crimen. Tuvo que ser la UE quien propusiera al Parlamento español que se investigaran  los casi 400  asesinatos de la banda aún sin resolver. Pues bien, izquierda y nacionalistas se encargaron de que no ocurriera.  Llegó después el doctor, príncipe de la mentira con modales de galán de tranvía y pactó con el brazo político de la banda.  En ese agujero negro nos encontramos. Una profanación diabólica de la memoria de las víctimas envueltas en  el sudario del olvido y la manipulación mientras los criminales se jactan de sus crímenes y gobiernan.

Cuarenta años de adoctrinamiento nacionalista, de infección totalitaria necesitan una paulatina y serena labor de educación en los valores de la libertad y  la convivencia. Un largo y tortuoso camino. Una selectividad única debe ser el primer jalón.  Y previamente el derecho de los padres a educar a sus hijos en español en cualquier parte de España: ¿es tan difícil? Una historia de España veraz lejos de la leyenda negra y que disuelva por eso mismo las patrañas nacionalistas. Una educación que inculque a los jóvenes los riesgos de la libertad que la izquierda lleva insertos y  del nacionalismo, racista y xenófobo por esencia. El respeto supremo a la división de poderes. La justicia y la reparación a las víctimas del terrorismo. La denuncia radical a quienes los comprenden, los amparan y los encubren. Y a quienes miran a otro lado. Una auténtica educación para la ciudadanía de  ciudadanos libres e iguales.