FERNANDO VALLESPÍN-EL PAÏS
- Solo el presidente francés sabe qué busca, pero no es descartable que haya introducido en la ecuación una posible victoria de RN y esté anticipando una cohabitación con Bardella
Los países donde más ha avanzado la extrema derecha después de las últimas elecciones europeas son los seis que firmaron el Tratado de Roma, los que más tiempo llevan entrelazados. Exceptuando a los sospechosos habituales del Este, que sea precisamente allí donde las pulsiones nacionalistas tengan más eco es un signo preocupante. Sobre todo, porque entre ellos se encuentra el poderoso eje franco-alemán, y a nadie se le escapa que lo que a partir de ahora se dibuje en la política interior de estos dos países repercutirá de forma decisiva sobre el devenir de la Unión. La sacudida provocada en Francia ya ha encontrado su expresión en la convocatoria de elecciones para la Asamblea Nacional; en Alemania, su impacto se irá cociendo a fuego más lento, pero también tendrá importantes secuelas.
Por lo pronto, Macron consiguió que su foto prevaleciera en los titulares de todos los medios internacionales a medida que fue avanzando el escrutinio. No es poco: unas elecciones en 27 Estados y se le escoge a él. Es el rostro de un perdedor, aunque lo que le llevó a las portadas fue la convocatoria de las legislativas. Toda Europa se pregunta si fue un gesto de astucia o una temeridad.
Las razones que viene dando es que es necesario clarificar la voluntad de los electores franceses e impulsar la “unión contra los extremos”. Puede conseguir lo contrario, que su partido quede aplastado en un sándwich entre el recién instituido Frente Popular y la extrema derecha liderada por el partido de Le Pen, Reagrupamiento Nacional (RN). El trípode sobre el que se venía sosteniendo la política francesa puede acabar en un bibloquismo polarizado similar al nuestro. Los sondeos no le son nada propicios, y aunque es posible que acabe atrayendo a votantes de Los Republicanos, un partido en pleno proceso de autodestrucción, o a otros de centroizquierda que desconfíen de un heterogéneo Frente Popular, nada le asegura que la operación vaya a salirle bien.
Solo Macron sabe exactamente qué es lo que busca, pero no es descartable que haya introducido en la ecuación una posible victoria de RN y esté anticipando ya una cohabitación con su candidato, Jordan Bardella. Bien pensado, no es ningún disparate si aquello a lo que de verdad aspira es evitar que gane Le Pen las próximas presidenciales. De entrada, porque el partido de ultraderecha perdería aquello que constituye, como en otros del mismo signo, su rasgo más característico y le dota de allure: presentarse como “antisistémico”. Si gana, tendría que sujetarse a la prueba de la gestión y exhibir lo que es capaz de dar de sí. Una cosa son los discursos y otra bien distinta es enfrentarse a una realidad marcada, precisamente, por el system management. Por otro lado, y dadas las competencias presidenciales en Francia, Macron podría hacer exhibición de una defensa numantina de los valores republicanos, erigirse en el contrapeso de la potencial deriva autoritaria y nacionalista. ¿Qué mejor ocasión para recuperar su popularidad perdida y poder pasar a la historia como quien acabó impidiendo el acceso de Le Pen a la presidencia?
Como es obvio, no son más que especulaciones, pero creo que esta aparente temeridad esconde la astucia del político de raza, el que se crece ante las adversidades. Como diría Maquiavelo con referencia al gobernante, “es necesario ser zorra para conocer las trampas y león para amedrentar a los lobos”. Con la convocatoria de elecciones, Macron ha actuado con la taimada habilidad del zorro; el papel de león se lo reserva para el combate de la cohabitación. Nadie puede asegurar que acabe teniendo éxito o cuál sea el resultado final.