Manfred Nolte-El Correo
- Rechazar la derecha radical, incluso presentada como democrática, se basa en los antecedentes históricos que han conducido progresivamente al absolutismo
Abramos la columna con la sentencia de Platón: «La tiranía surge de forma natural a partir de la democracia».
Conviene recordar que todos los partidos políticos legalizados, expresados en sus principios, consignan conductas honorables al servicio del bien común. Lo referido vale igualmente para la derecha radical en todo Europa y también para España. Son formaciones democráticas que pugnan por su hegemonía parlamentaria para implantar sus valores particulares. ¿Dónde está entonces el problema? Podríamos responder que en la letra pequeña -a veces no tan pequeña- de sus programas. Rasgos que, aunque pueden variar en detalles entre diferentes países y movimientos, se comparten en lo fundamental a lo largo del continente europeo.
Citemos los más comunes.
El nacionalismo, enfatizando la soberanía nacional y la primacía de los intereses nacionales tanto sobre los internos descentralizados como sobre los internacionales.
El populismo, la voz auténtica del pueblo contra las élites políticas, económicas y culturales que consideran corruptas o desconectadas de las necesidades y deseos de los ciudadanos comunes; el peronismo, la exaltación del líder carismático y el vaciamiento de contenido de las instituciones democráticas, introduciendo tanto autoritarismo como permitan las formas políticas democráticas, donde las minorías se encuentran especialmente desprotegidas.
Las restricciones migratorias, proponiendo políticas estrictas de control, basadas en la percepción de que la inmigración masiva amenaza la seguridad, el empleo y la cohesión social nacional, alentando la repatriación de inmigrantes ilegales y políticas que obliguen a los inmigrantes legales a asimilarse completamente a la cultura dominante.
El euroescepticismo, considerando que Bruselas socava la soberanía nacional y la identidad cultural, y que sus políticas económicas perjudican a los ciudadanos europeos, abjurando de la globalización y volviendo al proteccionismo, imponiendo aranceles y cupos para proteger al país de la competencia extranjera. Neoliberalismo ‘alt-right’.
A día de hoy, en Europa, uno de cada cuatro votantes abraza una opción radical
La exaltación de la ley y el orden, proponiendo políticas más duras contra la delincuencia organizada y el terrorismo; el refuerzo de las fuerzas de seguridad del estado, el autoritarismo y una justicia penal más estricta. La exclusión de los sindicatos, parte de la élite a derrocar.
El conservadurismo social: mediante la promoción de los valores tradicionales, apoyando a la familia como núcleo social, la oposición al matrimonio entre personas del mismo sexo, la anulación del concepto género, la restricción del aborto y de las conquistas LGBTIQ, y las barreras en materia de libertad religiosa, fundamentalmente anti-islam.
Si repasan ustedes los contenidos anteriores, todos son democráticos mientras no transgredan la legalidad, en cuyo caso deben ser penados por la ley. Pero la mayoría caminan sobre el filo de la navaja amenazando a los derechos humanos, como en el caso del restablecimiento de la pena de muerte y otros, aspirando de forma genérica al vuelco del orden vigente.
Pero ¿qué sucedería si esta filosofía, estos principios y estos planteamientos fueran premiados con el acceso al gobierno en un país a través de una sucesión de procesos democráticos? Porque a día de hoy, en Europa, uno de cada cuatro votantes abraza una opción radical. ¿Qué sucedería, por ejemplo, si ‘Rassemblement national’ el bloque de la extrema derecha francesa alcanza la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional? En las recientes elecciones europeas han sido la primera fuerza con 7.765.670 de votos representando un 31,7% de la población. Votos democráticos.
¿Por qué, entonces, debe rechazarse a la derecha radical? La respuesta es tenue: por lo que a través de las sospechas razonables se infiere y extrapola de los peligros reales. Por prevención democrática real. Rechazar la derecha radical, incluso cuando se presenta como democrática, se basa en los antecedentes históricos que, de la mano de victorias electorales, han conducido progresivamente al absolutismo, al desmoronamiento de los derechos humanos, la igualdad, la cohesión social, la propia democracia y el estado de derecho, la cooperación internacional y la sostenibilidad ambiental. Principios, todos ellos, esenciales para mantener una sociedad justa, equitativa y próspera para todos sus miembros.
Para contener esa amenaza creciente es preciso reinventar la democracia, sus instituciones, reglas y formas de gobernanza. No alcanzo a responder cómo, pero comenzando por una conversión y una traslación ética, desterrando la corrupción política que determina la baja satisfacción con el funcionamiento de la democracia en España y superar la polarización política que destruye la cohesión y la confianza social.