JUAN CARLOS GIRAUTA.EL DEBATE
  • No es paradoja: es la lógica invertida propia de los nuevos totalitarios, que llaman fascistas a los respetuosos de la Constitución, demócratas a los que la vuelan, pacíficos a los terroristas y periodista a Silvia Intxaurrondo

Visto el maqueo del atraco del siglo, la gigantesca morterada de los ERE, propongo que un escudo corone el edificio del TC con la leyenda de sus antivalores: «Contra el Derecho, contra la Razón y contra la Justicia». Recomiendo mayúsculas para los valores contra los que trabaja el órgano: el Derecho porque así me acostumbré a escribirlo en la carrera, en realidad con una mayúscula suelta (D); la Razón para subrayar que la primera víctima de los pumpidos es la diosa revolucionaria francesa, y hasta ahí está bien para darle un disgusto a los mitos que deslustran la Ilustración; la Justicia, para que recuerden que con ese poder del Estado deberían tener un cuidado exquisito. Contra lo que creen Sánchez y sus inteligentes votantes, el TC no es el órgano supremo del Poder Judicial. Un truco para que puedan recordarlo: ¡piensen que ya existe un Tribunal Supremo! Luego recuerden o, en su caso, busquen el significado de «supremo». Es fácil, amiguitos.

Iura novit curia, reza un principio general del Derecho. Los tribunales conocen el Derecho. Los ilustrados votantes de Sánchez, Sánchez mismo en su sanchez (sin tilde, aguda y con minúscula), así como sus periodistas de carné en la boca, se confunden por la palabra «tribunal». Recuerden: un tribunal de oposición no es Poder Judicial, otro truco para su correcta comprensión del mundo. El programa de televisión ‘Tribunal Popular’ tampoco era Poder Judicial. No os quejaréis, será por trucos. Los que no se confunden respecto a su condición son los miembros del Tribunal Constitucional mismo. Ellos sí son conscientes de lo que están haciendo, de sus sistemáticas extralimitaciones, de la gravedad de sus actos partisanos, de lo aberrante que resulta meter el hocico en la cosa juzgada, de la crisis brutal que provoca la ideologización de sus resoluciones.

Esos magistrados que conocen el Derecho y que no necesitan trucos nemotécnicos para recordar las cosillas que debería saber cualquier quinceañero bien educado, se van a dormir todas las noches conscientes de que por su culpa se remueve Kelsen en la tumba, que su conversión de facto en Tribunal Supersupremo es un atentado contra la Constitución y una micción sobre los responsables máximos de administrar en nombre del Rey la Justicia, que emana del pueblo. Si los socialistas se han vuelto intratables es porque –ya sean educados como Juan Fernando López Aguilar, ya sean zafios como Óscar Puente– están asistiendo o colaborando a la destrucción del sistema del 78, al mortal autogolpe sanchista, sin disidencias. Callan y otorgan ante las amenazas de censura, otorgan y celebran ante la intolerable amnistía, celebran y aplauden ante la violación, pisoteo y desnaturalización del Poder Judicial, última muralla contra la invasión de los bárbaros. El Tribunal Constitucional será al final el verdugo de la Constitución. No es paradoja: es la lógica invertida propia de los nuevos totalitarios, que llaman fascistas a los respetuosos de la Constitución, demócratas a los que la vuelan, pacíficos a los terroristas y periodista a Silvia Intxaurrondo.