Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Ya sabe que España iba antes como una moto y ahora va como un cohete, ‘Sánchez dixit’. Tenemos una previsión de crecimiento cercana al 3%, una cifra que desata la envidia de nuestros colegas europeos porque está muy bien, medida en términos absolutos, y más que muy bien si lo hacemos en términos relativos, cuando la comparamos con las de ellos. Por eso, y por alguna razón más, las instituciones europeas nos han sacado del procedimiento de déficit excesivo. No hay duda de que nuestros déficits son constantes y nuestro volumen de deuda crece y crece sin desmayo. Pero, ¿si nos siguieran aplicando el procedimiento previsto para estos casos, qué tendrían que hacer con Alemania y dónde colocarían a Francia, que ambos arrastran los pies sumidos en un atonía preocupante ya demasiado duradera?
Por otro lado, el estudio de competitividad realizado por el IMD suizo (la he repasado y no figura en la larguísima lista de los propagadores de fango que tanto irritan al Gobierno) coloca a España en el número 40 de los 67 que analiza, que es la peor posición en una década. ¿Las causas? El empeoramiento de la eficiencia del Gobierno, (aquí pierde siete puestos y se va al 58) y de la eficiencia empresarial (aquí pierde uno y se coloca en el 38).
El asunto fue glosado hace dos domingos por Manfred Nolte en estas mismas páginas y me remito a su comentario para quien desee profundizar en la cuestión. Pero además de las causas allí expuestas quería hoy comentar una explicación del sorprendente hecho de que perdiendo competitividad a chorros (fango) logremos crecer a tasas tan elevadas (cohete). A mí se ocurren dos. En primer lugar, crecemos porque el turismo está desbocado, arrastra al empleo y éste empuja al consumo. Hay muchos en este país empeñados en poner palos en la rueda del turismo. Vale, pero luego no nos quejemos. La segunda es que mantenemos un nivel de gasto público espectacular conseguido gracias a la suma de unos mayores impuestos, una mayor deuda y una mayor recepción de fondos europeos.
Los estudios de competitividad no suelen medir el número de horas de sol, ni la calidad de las playas, ni la acumulación de hitos culturales, unas realidades que están detrás del extraordinario desempeño del turismo, pero que no empujan a la competitividad industrial, ni mejoran el desempeño de nuestra economía. Está claro que en estos momentos quedarnos con las cifras absolutas (cohete) sin tomarse la molestia de escudriñar su composición interna (fango) es una actitud complaciente, pero un tanto equivocada (más fango).