Kepa Aulestia-El Correo
El 72,4% de los vascos espera que cambien mucho o bastante las políticas de los últimos años. Así lo revelaba el Deustobarómetro el pasado miércoles. El lehendakari, Imanol Pradales, asistía a la toma de posesión de las consejeras y consejeros de su Gobierno pidiéndoles valentía, sin miedo a equivocarse. Instándoles a que actúen sin dilaciones y con autoexigencia. Es la secuencia previa a que por Ajuria Enea pasen, a partir del 8 de julio, los dirigentes de las formaciones parlamentarias y responsables de organizaciones sociales en una cita de consultas con las que el lehendakari ha querido dar inicio a su mandato. Un ‘proceso de escucha’ institucional que aspiraría a ensanchar las posibilidades del diálogo y del acuerdo, más allá de la mayoría absoluta en escaños que representa la coalición PNV-PSE. Aunque el estío tenderá a amortiguar tanto las diferencias que se manifiesten en cada encuentro como a devaluar el alcance de las coincidencias que afloren en la conversación. Acallando también la notoriedad de lo que se diga a la salida de sucesivas reuniones.
Que casi tres cuartas partes de los encuestados por el Deustobarómetro reclamen cambios en las políticas públicas es un dato tan comprometedor para las instituciones como difícil de descifrar a la hora de afrontarlo como reto. La sociedad actual es heredera de la paradoja en que se movían los más jóvenes hace ya un par de décadas. Hay una Euskadi satisfecha e insatisfecha a la vez. Lo refleja el Deustobarómetro. Satisfecha, por ejemplo, en cuanto a su horario laboral y, a la vez, reivindicativa (68%) para que se reduzca la jornada. Ello en la comunidad que encabeza desde hace un cuarto de siglo el ranking del absentismo en España. La bilbainada de creer contar con el mejor sistema público de salud del mundo se ha tornado, de pronto, en que Osakidetza es objeto de más miradas críticas que cualquier otro servicio. Pradales se ha dado nada menos que un año para obtener resultados. Siendo elocuente que la autosatisfacción persista en el aprecio hacia nuestro sistema educativo. Seguramente porque ni PISA puede interpelar a la comunidad no siempre bien avenida de docentes y familias.
Las paradojas que destacan la exploración sociológica diluyen responsabilidades. La Euskadi insatisfecha está también satisfecha. Es la gran contradicción a la que se enfrenta Pradales, y en la que corre el riesgo de acomodarse. Cuando no es nada fácil identificar los factores de un desgaste silente de confianza en la gestión institucional. Y cuando nos encontramos ante una crisis sistémica derivada, en lo que respecta a las competencias propias e ineludibles, de una demografía asistida por la migración, y a duras penas en todos los sentidos. El 40% de los ciudadanos con derecho a voto se abstuvo de ejercerlo el 21 de abril. Más de un 10% de la población de Euskadi no puede votar en elecciones que les afectan e incumben porque ‘no son de aquí’. La mitad o menos de los ciudadanos decide decidiéndose entre opciones consolidadas. En medio de insatisfechos satisfechos, y viceversa, Pradales tiene un problema. Que su partido concluya que el paso del tiempo corre a su favor.