Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Sería más adecuado que habláramos de conquistas, de metas, de bienes sociales

Es una expresión que no se le cae de la boca a Sánchez: «avanzar en derechos». Y lo más peligroso es el prestigio que tiene. Se supone que ese lema publicitario apela a un bien incontestable. Pero se supone mal. Y es que esas tres palabras que, juntas, componen hoy un tótem de nuestra izquierda populista, parten de una creencia falsa: la de que el camino de los derechos es infinito, cuando es limitado por propia definición. El límite es inherente al concepto de derecho. Lo es porque, de carecer de éste, el derecho de uno pisaría el del otro, se convertiría en arbitraria prerrogativa, en privilegio avasallador. El límite de nuestros derechos está en los otros y en los derechos de los otros. Por esa razón, toda carta que los proclama, sea la Carta Constitucional o la Universal de los Derechos Humanos, ha sido más que pensada. Cada apartado ha debido ser medido al milímetro.

Por esa razón también, no se pueden proclamar derechos alegremente y dando por buena su proliferación irreflexiva, por muy sociales que esos derechos se nos presenten. En este caso, sería más adecuado y exacto que hablemos de avanzar en conquistas, en metas, en bienes sociales, que realmente pueden ser infinitos en épocas de prosperidad y abundancia, pero colisionar con el interés colectivo en los tiempos de vacas flacas. No hay necesidad de echar mano, para reivindicar esos estimables avances, de ese amuleto retórico del ‘derecho’, que desvirtúa su carácter y les añade una temeraria aureola de irrenunciables. En una época de escasez debida a una crisis económica, vírica o bélica, pongamos por caso, en la que los recursos materiales se vuelven limitados, pueden justificarse los recortes sociales en ciertos logros que, presentados como derechos, actuarían como insolidarios agentes, o sea, como lo contrario a lo que fueron en su origen.

No es preciso echar mano al derecho para todo. El prestigio totémico del ‘avance en derechos’ se debe en buena parte al propio e injustificado prestigio que tiene el derecho en sí mismo, avance o no avance; esto es, aunque se trate de un derecho retrógrado o directamente inadmisible. También el de pernada fue un derecho en su día; un derecho que pisoteaba los derechos de los otros, empezando por el de la dignidad. Resulta curioso que el mismo Sánchez, que está todo el día avanzando en derechos sociales, sea quien limitó nuestros derechos fundamentales en la pandemia y quien propone estos días un retroceso en estos para la prensa no sumisa. En ‘Demasiado tarde para despertar’, su último ensayo, el filósofo esloveno Slavoj Žižek se atreve a la osadía de proponer «un comunismo de guerra que viole las reglas del mercado y limite las libertades democráticas». No sé si Sánchez lee a Žižek, pero lo parece.