Gorka Maneiro-Vozpópuli
- El mejor cordón sanitario para parar a los extremos de un flanco o de otro es gobernar bien
Tras la primera vuelta electoral y el triunfo de la extrema derecha, ya avisó Mbappé sobre la situación catastrófica a la que se enfrentaba Francia, alertó sobre el peligro de los extremismos políticos, llamó a «no dejar a nuestro país en manos de esta gente» y, finalmente, pidió a la gente que votara «por el lado bueno». Aunque hay quien prefiere que cada cual opine solo sobre aquello a lo que profesionalmente se dedica (al fútbol los futbolistas), a mí personalmente me gusta que cada cual pueda opinar y opine libremente de todo aquello que directamente le afecta (futbolistas incluidos). Vistos los resultados electorales, Mbappé ha tenido éxito: por un lado, la extrema derecha no ha alcanzado la mayoría absoluta; por otro lado, es probable que la solución a los males políticos de Francia llegue más por el centro que por los extremos. Mientras tanto, espero que Mbappé no alcance el éxito futbolístico esta tarde.
La extrema derecha de Marine Le Pen ha logrado su mejor resultado histórico, pero finalmente no ha logrado la mayoría absoluta a la que aspiraba para poder gobernar en solitario (la única forma en que podía hacerlo); lo cual puede decirse de otro modo, en función del estado de ánimo que uno tenga: la extrema derecha de Marine Le Pen no podrá gobernar a pesar de haber logrado su mejor resultado histórico; de hecho, y en contra de lo que se esperaba, ni siquiera ganó en esta segunda vuelta de las elecciones legislativas y fue superada finalmente tanto por el Nuevo Frente Popular de Jean-Luc Mélenchon, que alcanzó la victoria, como por la coalición electoral (Juntos) de Macron, que resistió mejor de lo que se esperaba y quedó segunda. La estrategia puesta en marcha por ambos para frenar a Reagrupamiento Nacional ha surtido efecto. Pero ahora hay que gobernar.
La sorpresa ha sido mayúscula y los resultados dibujan un escenario no solo sin precedentes sino de muy difícil resolución y hasta caótico, pero el hecho de que sea caótico, contrariamente a lo que se piensa, puede ayudar a que se resuelva más rápidamente de lo que se cree. Se ha pasado de la bipolarización que enfrentaba a la extrema derecha con todos los demás a la tripolarización de una Francia conformada por tres bloques: extrema derecha, centro e izquierda, dentro de la cual habita la extrema izquierda de Mélenchon, que canta victoria pero con la boca pequeña. Él ya sabe que no va a ser primer ministro y que todas las soluciones pasan por Macron, quién lo diría. Y detenida la amenaza de Reagrupamiento Nacional, es probable que su coalición tenga dificultades para mantenerse unida, conformada por una amalgama de partidos políticos, todos de izquierdas pero algunos reaccionarios, como la Francia Insumisa del propio Mélenchon. En cualquier caso, el escenario es complejo: aunque algunas opciones están descartadas, a estas alturas no se sabe quién va a gobernar, cómo y para hacer qué, y lo único seguro es que no gobernará la extrema derecha.
Ya antes de los resultados electorales se hablaba en Francia de la posibilidad de que se tuviera que conformar un gobierno de coalición entre el centro y parte de la izquierda o incluso un gobierno de tecnócratas que hiciera frente a la división que se daba por hecho iba a reflejar la Asamblea Nacional. Tras el triunfo de la izquierda y el fracaso (relativo) de la extrema derecha, el escenario es todavía más confuso. Y es que la unidad de acción contra el enemigo se debilita cuando el enemigo ya ha sido frenado. Y Macron, que deberá elegir ahora el primer ministro (pero después de pedir al dimitido Gabriel Attal que aguante un tiempo en su puesto), ha cambiado un problema por otro: de la amenaza del populismo de extrema derecha que quiso detener a la amenaza de la extrema izquierda que se esconde en la izquierda plural unida en torno al Nuevo Frente Popular, con parte del cual tendrá que cohabitar e incluso gobernar. En todo caso, el macronismo sale reforzado y Europa respira aliviada: las consecuencias de una Francia gobernada por Le Pen eran imprevisibles.
La extrema derecha sigue creciendo y ha logrado su mejor resultado histórico, lo cual es un aviso (y ya van unos cuantos) a navegantes despistados: si todo sigue igual, Le Pen podría ser presidenta de Francia en 2027
En cualquier caso, se ha impedido lo que se pretendía: que la extrema derecha alcanzara la mayoría absoluta y que Macron no tuviera otra opción que nombrar a Jordan Bardella, candidato de Reagrupamiento Nacional, primer ministro, para a continuación tener que convivir políticamente con él. Sin embargo, la extrema derecha sigue creciendo y ha logrado su mejor resultado histórico, lo cual es un aviso (y ya van unos cuantos) a navegantes despistados: si todo sigue igual, Le Pen podría ser presidenta de Francia en 2027. Y es que quizás haya puesto las semillas de su triunfo definitivo. La alternativa política a la extrema derecha dispone de tiempo para evitar que tal cosa suceda; ahora lo que necesita es tener ideas para enfrentar los problemas que tiene Francia. Y la primera de ellas debería ser no tratar de impedir nada sino dar razones para recuperar la confianza de los ciudadanos por la vía de los hechos. O sea, salir a ganar con un proyecto que ilusione. Los perdedores, antes o después, acaban perdiendo.
Los problemas de Macron
Sea como fuera, tanto Macron como la izquierda democrática deberían preguntarse cómo es que la extrema derecha sigue creciendo. A ellos principalmente les corresponde cuestionárselo. Y concretamente Macron, presidente desde 2017, podría y debería preguntarse qué problemas ha dejado de resolver o incluso ignorado en los últimos años para avivarla de semejante forma. Y no siempre es la incapacidad de resolverlos lo que azuza a los extremos sino hacer como si no existieran; o incluso de negarlos. Y entre todos ellos, uno es el de la inmigración o, por decirlo más concretamente y mejor, el modelo de convivencia que la inmigración lógicamente ha condicionado. Las otras cuestiones que han dado alas a la extrema derecha han sido la de la inseguridad, relacionada con la inmigración, y la de la reducción del poder adquisitivo que han sufrido los franceses durante los últimos años. Pero una cosa es que estas cuestiones haya que encauzar y resolver y otra que sea admisible toda la mercancía populista y nacionalista de los de Le Pen, la cual sigue siendo un peligro para Francia y para Europa. Sus adversarios deberían despertar: el mejor cordón sanitario para parar a los extremos de un flanco o de otro es gobernar bien. Y la mejor defensa es un buen ataque.