Diego Carcedo-El Correo

  • El ‘lepenismo’ fue derrotado de forma limpia y contundente en las urnas cuando sus líderes empezaban a cantar tan temida victoria

La derrota de la ultraderecha francesa, que durante el fin de semana mantuvo en vilo a muchos millones de demócratas, fue recibida con verdaderas muestras de alegría y euforia en la inmensa totalidad de la Europa comunitaria. Imaginarse que un Gobierno como el francés se sumase al que ya gobierna en Italia y amenaza a otros países sería una inyección de estímulo con consecuencias graves para los partidos y seguidores ultras se están expandiendo por todo el continente y más en una etapa de tensiones e incertidumbres graves.

El crecimiento de la extrema derecha que de pronto se ha beneficiado de argumentos nacionalistas reforzados por el problema que crea la emigración parecía imparable. Ni siquiera los recuerdos del nazismo y el fascismo parecen olvidarse de quienes valoran las ventajas de ausencia de libertad y del drama de la opresión. El espíritu nacionalista que mantuvo a Europa en guerras toda su historia evita que algunos ciudadanos no valoren las ventajas variadas que proporciona a los europeos la paz, la seguridad de sus fronteras y los beneficios que proporciona la unidad ante los retos del futuro y las adversidades del presente.

Los franceses, que vieron tan de cerca el peligro de un régimen afianzado por las tesis ultras de la dinastía Le Pen, han sabido una vez más unirse en su compleja diversidad política para crear un cordón sanitario para hacerle frente al enemigo común que les amenazaba. El peligro de encontrarse este comienzo de semana con un Gobierno fundamentado en principios tan rechazados por el progreso y la modernidad como asustaban consiguió el milagro de ponerse de acuerdo casi sin hablar para ejecutarlo. Admirable y un gran ejemplo de esa realidad que demuestra que la unidad hace la fuerza.

El ‘lepenismo’ fue derrotado de forma limpia y contundente en las urnas cuando sus líderes empezaban a cantar tan temida victoria. Lo malo es que el éxito, extensible a diferentes posiciones y ambiciones políticas no va resultar gratis ni al presidente Macron ni a la estabilidad política alterada que ahora intentará pasar la factura por su contribución a librase de un enemigo común. La ultraderecha derrotada, pero no borrada del mapa. tendrá una mayor propensión a reivindicarse y más ante la política presidencial de convivir con el centro y la izquierda, una parte extrema.

La derrota ultra en Francia es bastante probable que contribuya a frenar el entusiasmo de los partidos ultras que están floreciendo y adquiriendo poder – como en Italia o los Paises Bajos –, pero el germen está sembrado y la UE tendrá que enfrentarlo cada vez como un peligro que, al igual que Hitler empezó pactando con Stalin, también ahora refleja conatos de traición tan incomprensible como la del húngaro Orgán negociando con Putin y Xi Jinping, traicionando a sus socios en plena guerra de Ucrania.

Macron será el primero en tener que administrar su éxito: el reto que le espera es manejar una Asamblea de tantos colores políticos y elegir a un primer ministro capa de gobernar frente a tantas ambiciones diferentes como intentarán capitalizar su contribución