«La ignorancia es la base del racismo», dijo en enero de 2023 el entonces comisario de Investigación de la UE, el socialista belga Philippe Busquin, al presentar un informe sobre inmigración y delincuencia. Busquin tenía razón; y sigue teniendo razón, pero se trata, como ocurre a menudo, de una razón parcial. Para completar el alegato, Busquin tendría que haber añadido lo que la experiencia ha convertido en axioma: la negación de la realidad es la gasolina de la ultraderecha. Y de la ultraizquierda.
En Francia, la negación de la realidad es la que ha convertido al partido de Le Pen en la primera fuerza política del país. O a Giorgia Meloni en figura prominente de la política italiana; y europea. La negación de la realidad es la que ha provocado lo que el catedrático de Economía Aplicada Juan Torres, vinculado en su día a Podemos, ha calificado como “fallo multiorgánico” de una izquierda que para compensar su abandono de valores universales ha “recurrido a levantar banderas identitarias”, muy alejadas de las “grandes mayorías sociales”.
Lo ha expresado en parecidos términos Amin Maalouf: “La izquierda no ha conseguido mantener una visión universalista (…). Asistimos a la pulverización de la izquierda, porque no ha sabido gestionar las cuestiones identitarias”. Tampoco la inmigración: “Esta cuestión se está volviendo un tema central en la vida política de numerosos países europeos -advierte el escritor franco-libanés-. En Francia, por ejemplo, es un factor determinante”. Lo acabamos de comprobar. Nouveau Front Populaire (Mélenchon): 25,81% de los votos en la segunda vuelta. Ressemblement National (Le Pen): 37,01%. Más de 11 puntos de diferencia. ¿A qué viene tanto alborozo?
¿Qué respaldo tendría hoy Vox si el problema de la inmigración descontrolada hubiera alcanzado en España la magnitud que en Francia o Alemania?
La magia del sistema electoral francés le ha dado a Europa un respiro, pero el dinosaurio sigue allí. Más de once millones de franceses creen, como el líder lepenista Jordan Bardella, que “Francia está en peligro existencial”. ¿Quién les va a parar cuando llegue el momento de elegir presidente de la República? ¿Meléchon y su propuesta naif contra la inmigración masiva? (A saber: “Detener las guerras, los acuerdos comerciales que destruyen las economías locales y enfrentarse al cambio climático”). ¿Les va a parar un batiburrillo de verdes, insumisos, socialistas y los anticapitalistas de la NPA, quienes orgullosamente manifiestan estar “con los migrantes, en contra de la Policía, en contra del Estado y todos aquellos y aquellas que colaboran con su política”?
Ciertamente, no hay soluciones fáciles en el corto plazo, pero la complejidad del problema no justifica ni la benevolencia con las estupideces ni la política de brazos cruzados. Francia y Alemania son los dos ejemplos más elocuentes, por su dimensión e impacto global, de las consecuencias de una política acomplejada y perpleja. En las elecciones europeas barrió el partido de Le Pen en Francia y en Alemania la ultraderecha se situó como segunda fuerza política, por delante de los socialdemócratas del canciller Scholz. Si en España el problema tuviera la magnitud del francés o el alemán, a saber hasta dónde serían capaces de escalar Vox y sus criaturitas.
¿Que cuál es el problema? En un reciente trabajo titulado “Inmigración y delincuencia. Una mirada sociológica”, Jorge Embil Rodríguez, de la Universidad de Oviedo, concluye que aunque la tasa de delincuencia en los últimos años ha sufrido un mayor incremento entre los inmigrantes que entre los nacionales, una gran parte de los cometidos por aquellos son delitos de falsedad vinculados a situaciones administrativas irregulares. Embil propone como conclusión “alejarse de las dos líneas dibujadas con cierta frecuencia por los medios de comunicación y por algunos debates políticos: la demonización y la santificación”.
Inmigración descontrolada versus Estado de bienestar
No es tanto la delincuencia asociada a la inmigración ilegal como la institucionalización de privilegios a los que no tienen acceso los nacionales menos pudientes y la naturalización, como postura aceptable, del rechazo a la integración por parte de un número creciente de inmigrantes. En el trabajo citado, el profesor Embil Rodríguez recuerda cómo la Generalitat de Cataluña ha venido subvencionando en los últimos años la contratación de inmigrantes irregulares a jornada completa, “lo que entra en conflicto con todos aquellos trabajadores en paro con residencia legal en España e incentiva la inmigración ilegal”.
Pero Cataluña no es una excepción. En no pocos países europeos la discriminación positiva aplicada a los inmigrantes, aderezada en algunos casos con las adecuadas dosis de demagogia barata, ha provocado la incomprensión de muchos trabajadores, casi siempre no cualificados, que un día votaron a la izquierda y hoy se han pasado a la ultraderecha. España, con una inmigración con vocación mayoritariamente integradora, y una presión muy inferior a la que padecen algunas ciudades de Francia o Alemania, sigue siendo una excepción. ¿Hasta cuándo?
La complejidad del problema no justifica ni la benevolencia con las estupideces ni la política de brazos cruzados. Ni la demonización ni la santificación
¿Hasta cuándo podremos asumir en Canarias el goteo de 33 inmigrantes irregulares cada 45 minutos? ¿Y la presión que soporta Ceuta, con 1.154 entradas irregulares en lo que va de año, un 151% más que en el mismo período del año anterior? Sin inmigrantes no será fácil mantener el Estado de bienestar y pagar las pensiones futuras, pero una inmigración persistente y fuera de control puede provocar un acelerado deterioro del mismo y una respuesta social similar a la francesa; o a la alemana.
España no cuenta con un plan realista e integral que, al menos sobre el papel, anticipe a medio y largo plazo los distintos escenarios del problema. Un plan pactado entre los dos grandes partidos que incluyera el compromiso de no utilizar la inmigración como sujeto de confrontación política y sirviera para exigir a Europa, con mayor contundencia, un mayor compromiso con los países que son frontera exterior de la UE.
En lugar de felicitarse por el éxito de Mélenchon, el presidente del Gobierno, con el apoyo de Núñez Feijóo, debiera involucrarse personalmente en la tarea de promover un frente común con Italia y Grecia, hipótesis improbable por cuanto una fotografía de Sánchez con Meloni y Mitsotákis, acompañada de un titular que sugiriera la voluntad de los tres mandatarios en colaborar para frenar la inmigración irregular, constituiría una imperdonable alteración del relato.
De nuevo el relato; el verdadero problema de fondo: al igual que lo ocurrido con la bochornosa crisis de los menores en Canarias, lo prioritario no es resolver el problema, sino evitar, a ser posible, el coste político de solucionarlo.