Dividido el país, casi brutalizado, en tres bloques irreconciliables, ha logrado no ya la polarización de la vida política, sino la tripolarización
“Esta disolución es el producto de un narcisismo llevado a un límite casi patológico”. Esta definición del intelectual Alain Minc a propósito de la convocatoria de elecciones legislativas por el presidente Macron la noche del 9 de junio encaja bien con lo sucedido en Francia desde aquella fecha. Una convocatoria fundamentada por el presidente de la República, así lo dijo, en la necesidad de obtener una clarificación del panorama político, tras el batacazo sufrido por él mismo en las elecciones europeas a manos del Rassemblement National (Agrupación Nacional), de Marine Le Pen.
Pasó la segunda vuelta de las elecciones legislativas francesas, y arrojó una extraordinaria sorpresa: el Rassemblement National (Agrupación Nacional), de Le Pen, a quien todas las proyecciones de una semana antes situaban en la mayoría absoluta (289 diputados), o muy cerca, quedó como tercera fuerza con únicamente 143 diputados, de los cuales 17 lo eran del Partido de derecha los Republicanos, que optaron por irse con ella.
Pero el problema de fondo lo ha definido el ministro de interior en funciones Sr. Darmanin: nadie ha ganado las elecciones.
Sí, el Frente Republicano, tejido para frenar a la extrema derecha, funcionó muy bien. Habrá gente, desde luego Marine Le Pen, que proteste contra esas prácticas en que el centro de Macron vota al nuevo Frente Popular, y viceversa, para frenar a la Agrupación Nacional. Y así, se produjeron más de doscientos desistimientos para la segunda vuelta, con el fin de frenar a la Agrupación Nacional. Sin embargo, la pregunta es otra ¿por qué funciona tan bien ese Frente Republicano? Funcionó como nunca en las presidenciales de 2002, en que el ultra Jean Marie Le Pen pasó a segunda vuelta contra el candidato conservador Chirac; de tal manera que en aquella segunda vuelta Chirac obtuvo más del 80% de los votos barriendo por completo al entonces Frente Nacional. Seguramente, la respuesta está en el miedo, incluso en la vergüenza de que gobierne la Alianza Nacional; como si el pasado volviera, pues ningún francés es ajeno al hecho de que la extrema derecha nunca ha gobernado democráticamente en Francia.
Esa Alianza Nacional que cometió errores bochornosos en la campaña electoral: cuestionar la capacidad de decisión de la defensa nacional en manos del presidente Macron por mandato constitucional; plantear restringir derechos a los binacionales –los que tienen doble nacionalidad–; tener que reconocer Jordan Bardella, el delfín de Marine Le Pen, que en sus candidaturas existían ovejas negras, entretenidas en declaraciones antisemitas o directamente racistas; ser la candidatura preferida explícitamente por Moscú. Vamos, los elementos de extrema derecha por más que Le Pen hubiera intentado desdiabolizar el partido que fundó su padre, el ultra Jean Marie Le Pen, bajo el rótulo de Frente Nacional.
Y el mismo lunes, 8 de julio, la Sra. Le Pen se fue en el Parlamento Europeo con el pro ruso húngaro Orban. Eligió el día en que Putin bombardeó Kiev y organizó una matanza en un hospital de niños enfermos
Y así, entre las dos vueltas, y conforme se acercaba el 7 de julio, los sondeos realizados en Francia arrojaban una severa disminución de las posibilidades de la Alianza Nacional para alcanzar, ni siquiera acercarse, a la mayoría absoluta. Y el mismo lunes, 8 de julio, la Sra. Le Pen se fue en el Parlamento Europeo con el pro ruso húngaro Orban. Eligió el día en que Putin bombardeó Kiev y organizó una matanza en un hospital de niños enfermos. Como hizo Vox el pasado viernes también al abrazo de Orban el día en que éste –presidente rotatorio semestral de la Unión Europea– decidió visitar a Putin en Moscú, causando la indignación en la Unión Europea.
Se puede afirmar de manera concluyente que la extrema derecha, hoy, se identifica por su alianza con Putin, provocando un grave problema existencial en toda Europa; Ucrania no puede perder su guerra con Rusia, tan sencillo como eso. Y eso afecta también a las extremas izquierdas que prosiguen en esa materia un camino simétrico al de la extrema derecha.
Pero volvamos a Francia: en esa segunda vuelta del 7 de julio, la primera fuerza fue el nuevo Frente Popular con 184 escaños, de los que conviene hacer el debido desglose; la Francia Insumisa dirigida por el enloquecido líder de extrema izquierda Jean Luc Mélenchon, 78 escaños; el Partido Socialista, 69; los ecologistas, 28; y el Partido Comunista, 9. En el campo presidencial de Macron, 166 escaños; y, por fin, los Republicanos, derecha conservadora de estirpe gaullista, que no fue con Le Pen, 65. Todos ellos muy lejos, cada uno de ellos, de siquiera acercarse a los 289 escaños de la mayoría absoluta.
Si Macron, de forma insensata disolvió la Asamblea Nacional la noche del 9 de junio, bajo la consigna de clarificar, probablemente todo lo ha oscurecido. Dividido el país, casi brutalizado, en tres bloques irreconciliables, ha logrado no ya la polarización de la vida política, sino la tripolarización. El Frente Popular exige que se nombre un primer ministro de su coalición, para el cual no tiene ni candidato. A su vez, el líder de la Francia Insumisa, Jean Luc Mélenchon, campanudo ejemplar de la extrema izquierda, euroescéptico y profundamente antisemita, tiene instalada una fronda rebelde en sus propias filas, amén de resultar un personaje político profundamente desacreditado en Francia. Lo que es seguro es que él no será primer ministro, sufriendo como sufre además la inquina de los dirigentes socialistas. Se ha de recordar que el Nuevo Frente Popular se constituyó a la carrera en tres días tras el banderazo de salida a la convocatoria electoral por parte del presidente Macron, casi con el único objetivo de evitar una mayoría absoluta de la Agrupación Nacional. Con un programa heteróclito, de imposible puesta en práctica salvo para otra cosa que provocar un default en Francia y un terremoto financiero en toda Europa. Sin siquiera disponer de un candidato a primer ministro, situación en la que aún se encuentran.
Con Sánchez rodeado de todos los melenchones aquí, al albur de toda clase de privilegios, sean Bildu, Podemos, la cortocircuitada Sumar, ERC, Junts, o el BNG. Lo que conduce a una legislatura inviable
El problema, ahora, es garantizar la gobernabilidad de Francia, que no quede suspendida en un impasse de ingobernabilidad de nefastas consecuencias. El Partido Republicano, que no fue con Le Pen, opta por una coalición con los macronistas, a pesar de que los números no dan para la mayoría absoluta. Otra opción sería un gobierno de concentración en que los socialistas estén dispuestos a gobernar con Macron y los republicanos; sí daría para la mayoría absoluta. Sería a costa de desprenderse de la Francia Insumisa del autócrata Mélenchon. Pero no es eso lo que ahora se oye hablar, en numerosas declaraciones de dirigentes socialistas oponiéndose a una alianza con el campo presidencial de Macron. Imposible saber hoy la respuesta. Toca esperar, por de pronto, hasta el 18 de julio, fecha de constitución de la Asamblea francesa. Quién sabe si tendremos un impasse o hasta cuándo proseguirá la incertidumbre.
Viene bien la lección francesa para España. Con Vox echando órdagos insufribles al PP en el asunto de los menas, y yéndose con Orban hacia la esfera de Putin –por más que ellos lo nieguen–, es la demostración de su profunda inservibilidad en la política nacional. Y con Sánchez rodeado de todos los melenchones aquí, al albur de toda clase de privilegios, sean Bildu, Podemos, la cortocircuitada Sumar, ERC, Junts, o el BNG. Lo que conduce a una legislatura inviable, a levantar muros absurdos entre españoles y, al término, al fracaso.
Entre tanta incertidumbre, lo que aparece más claro es que los líderes políticos de Francia están velando armas ya para las presidenciales de abril de 2027. Y ahí, si se consigue formar un gobierno como el descrito, con fuerzas moderadas, que haga bien las cosas, teniendo en cuenta los enormes problemas que tiene Francia en materia de poder adquisitivo, de inmigración descontrolada, de desclasamiento de la clase media, de inseguridad, de deuda pública y déficit desbocados, de malos servicios públicos, de una educación en crisis, pudiera surgir una alternativa ganadora. Si no es así, y la incompetencia e inanidad de la clase política se afirma, es muy posible que a esas elecciones presidenciales se llegue con dos candidatos ultra: Le Pen, por la derecha, y Mélenchon por la extrema izquierda. Una auténtica catástrofe que ese país fundamental para Europa, no se merece.