Editorial-El Debate

  • Dos partidos destinados a entenderse, con un buen balance en sus gobiernos y un rival común lamentable, no pueden auxiliar con sus peleas al peor Gobierno desde 1978

La ruptura entre Vox y el PP, entre reproches recíprocos, es una mala noticia que no refleja la realidad positiva de los acuerdos que mantenían para gobernar conjuntamente en cinco comunidades autónomas. Esa alianza en Castilla y León, Extremadura, Aragón, Murcia y la Comunidad Valenciana, más otra en las Islas Baleares sin coalición, ha sido el mejor antídoto contra la absurda consigna de la izquierda radical de que España estaba sufriendo un inmenso peligro ultraderechista.

La gestión conjunta en las regiones se ha sustentado en acuerdos razonables, escasas disensiones y una demostración de que se puede gobernar en España de otra manera, evidentemente mejor, a la de la única alianza radical dañina para el país, la de un PSOE desnortado con el populismo de extrema izquierda y todo el separatismo.

La acogida de 347 menores no acompañados, los controvertidos menas, no merecía, desde luego, una sonora ruptura que solo sirve para dar aire a un Gobierno nefasto en casi todo. Y desde luego en la gestión de la inmigración, marcada por la incompetencia, la demagogia, las contradicciones y el fracaso.

Que un asunto especialmente reprobable para Sánchez, incapaz de articular una política que conjugue la necesaria humanidad con el imprescindible control de las fronteras, se convierta en una baza de su Gobierno para minar la estabilidad de cinco regiones y poner en duda la fiabilidad de su alternativa natural en La Moncloa, es lamentable.

Y que además le sirva para desviar la atención de sus múltiples escándalos de presunta corrupción, en su partido y su propia familia, es descorazonador. Sánchez debería estar dando explicaciones sobre su esposa, su hermano y sus siglas; y detallando cuáles son exactamente sus propuestas para gestionar con rigor la acogida de migrantes irregulares, disparada un 82 por ciento en el mismo periodo, 2023, en el que Italia la ha reducido un 60 por ciento.

En lugar de eso, se le ha concedido el regalo de cambiar el relato y recrudecer la falacia de la ultraderecha, inexistente en España, para intentar hacer inviable la alternativa que pide a voces una mayoría de ciudadanos. Porque esa es la consecuencia de negarse a que el PSOE se entienda con el PP; avalar a la vez las más espurias alianzas socialistas con los peores enemigos de la Constitución y estigmatizar, por último, los acuerdos entre el centro derecha y la formación conservadora.

Replicar ese mantra ya era sencillo con los ejemplos de cinco gobiernos autonómicos más que eficaces, pero todo ello ha quedado derribado al menos de momento por la dificultad endémica de PP y VOX para encontrar la fórmula que les permita competir electoralmente sin romper lo mucho que les une a ellos y a sus votantes, como el fervoroso deseo de liberar a su país de un Gobierno tan legal como ilegítimo, pues así hay que calificar a quien sustenta su propia existencia en la asunción de la agenda política de quienes solo buscan la destrucción de España.

A Vox seguramente pueda recriminársele el excesivo melodramatismo generado por los menas, tal vez motivado por el temor a que la irrupción del partido de Alvise Pérez le reste apoyos. Hubiera sido más razonable que aprovechara la coyuntura para explicar, sin tapujos pero con rigor, una propuesta detallada de su política migratoria, si de verdad es esta la razón, y no la excusa, para romper con el PP.

Y en el PP se ha echado en falta más paciencia y pedagogía para convencer a su socio de que el capítulo de los menas era una ocasión para, a partir de un acto humanitario puntual, construir un discurso en este apartado alejado de dogmatismos y centrado en la realidad.

Porque el Gobierno de Sánchez carece de un plan medianamente presentable y se limita a corear cánticos buenistas, llamando «integración» a lo que no es mucho más que un reparto alocado de inmigrantes por toda España, sin ningún plan más allá de auxiliar a Canarias, con unas consecuencias horribles: se estimula el negocio de las mafias, se incrementa la mortalidad de las travesías por mar, se anula la posibilidad de que quien llegue lo haga con una hoja de ruta digna y se alimenta el rechazo social ante el alud incontrolado.

El PP y Vox están condenados a entenderse, so pena de convertirse en juguetes al servicio de todo aquello que quieren derribar democráticamente. Y un buen primer paso sería reducir la tensión, recuperar los puentes rotos, enseñar sin complejos el balance de su gestión y encontrar la manera de que sus peleas no sean siempre una espléndida coartada para que Sánchez y sus tropelías queden en segundo plano.